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OPINIÓN

La nueva economía en tiempos de pandemias

El siglo XXI ha sido una continua aparición de distintos virus y pandemias. Mediante una combinación de acción rápida y buena suerte, ni el SARS en 2002, ni la gripe porcina en 2009, ni el ébola en 2014 terminaron siendo pandemias completas ni han generado el caos sanitario y socio-económico que ha generado el actual Covid19. Muchos expertos han venido avisando desde hace años que el mundo no estaba preparado para una pandemia global en forma de gripe transmitida por el aire, desde el Centro Nacional para la Preparación ante Desastres en la Universidad de Columbia (desde 2004) hasta repetidas charlas del afamado Bill Gates desde 2015.

Ni la ONU (que desoyó en 2011 una iniciativa mundial llamada Preparación contra la gripe pandémica de la OMS), ni los gobiernos de los grandes estados del mundo le han dado prioridad a este tema durante estas dos décadas, y no han puesto la financiación realmente necesaria para estar preparados ante una situación de este tipo, así que no es extraño que para el común de la población esta preocupación, entre otras cosas por nuestra natural tendencia al optimismo tecnológico y sanitario, no estuviera en la cabeza de nadie.

La epidemia global del coronavirus llega en un momento en el que Europa está inmersa en una crisis política y económica, con un proceso creciente de deslegitimación de sus élites políticas y empresariales, sumida en contradicciones internas (Brexit, conflictos internos como Cataluña, Escocia, inmigración, auge de populismo anti-europeista?) y con un desarrollo productivo que no termina de encontrar su hueco en medio de la guerra comercial y económica abierta entre EE.UU y China.

Esta situación de parálisis con el confinamiento de millones de personas ha demostrado que los Estados y unos ciudadanos informados y concienciados (entre otros, por los científicos) pueden modificar pautas socio-económicas que mejoren la otra gran "pandemia", el cambio climático, que lleva anunciándose desde al menos los años 50 y la estrategia del poder ha sido ocultarlo y negarlo, supeditando al mantenimiento de sus negocios el desahucio de gran parte de la humanidad y del planeta. Es la lógica del sacrificio. Cualquier cosa que ponga en riesgo los beneficios es silenciada o atacada. Esta lógica presenta similitudes importantes con discursos de estos días con respecto al Covid19 que hemos visto en jefes de Estado, curiosamente de distintas procedencias ideológicas, desde Boris Johnson o Trump (y algunos de sus gobernadores) hasta Obrador (en México), donde se priorizaba el interés económico a la defensa de la salud de la ciudadanía.

Los gobiernos del mundo entero deberían aprender de esta pandemia para poder modificar aspectos que nos ayuden para un cambio civilizatorio que evite o modere futuras consecuencias del cambio climático y de virus globales.

En primer lugar que un decrecimiento colaborativo y coordinado (como el que hemos realizado en este confinamiento) paraliza la contaminación de forma evidente. Es posible, aunque suene extraño, que esta reducción global de la contaminación haya salvado también vidas. El frenazo en el desarrollismo ha supuesto un respiro para todo el planeta y habría que analizar qué sectores productivos deben ser regulados y/o intervenidos para hacer que la economía global no genere un "suicido planetario". Los problemas medioambientales ya son demasiado graves y tenemos un amplio abanico de soluciones que tenemos que aplicar de forma urgente.

Este virus ha servido para tomar conciencia de que viajamos demasiado y de que es posible viajar menos. Millones de vuelos han sido cancelados y la humanidad no ha percibido graves efectos más allá de inconvenientes económicos a minorías y territorios. Tenemos que replantearnos el turismo y las relaciones profesionales. Con virus o sin virus, deben evitarse los viajes en coche o avión que sean prescindibles. La aviación es el tipo de transporte más contaminante jamás inventado. Un viaje en avión produce 20 veces más dióxido de carbono que un viaje en tren. Sin duda hay actividades y territorios, como Canarias, que deberían ser una excepción a esta regla, pero los gobiernos deben plantearse de forma exhaustiva y valiente el desarrollo de políticas restrictivas en este ámbito. No es viable para este planeta el puente aéreo Madrid-Barcelona existiendo una alternativa como el tren, como tampoco es viable coger el coche para un trayecto en ciudad baja de Las Palmas de Gran Canaria de 5 ó 6 kilómetros.

Las nuevas tecnologías nos ofrecen mecanismos para trabajar desde nuestros hogares, evitando pérdidas de tiempo y contaminación. Hasta el gobierno español ha hecho videoconferencias (con los presidentes de las distintas comunidades) ahorrando también dinero público. Toma consistencia un discurso que antaño parecía sindical pero que ahora torna como una idea de sentido común, la reducción de la jornada laboral. Esta reducción es algo positivo para las personas y el planeta y no tiene que ser necesariamente algo negativo para las empresas. Lo importante no es estar presentes en el lugar de trabajo muchas horas sino cumplir objetivos.

Desde luego hay sectores del empleo que son muy importantes (sanidad, educación, redes eléctricas, transporte colectivo,?) pero otros son prescindibles o directamente perjudiciales. Debemos hacer una transición sensata a una economía verde (Green New Deal), potenciando los sectores de valor colectivo desde lo público, lo cual nos garantiza una respuesta controlada e igualitaria ante los contratiempos que nos pueden llegar. La transición debe ser obligatoria. Nosotros podemos decidir si hacerlo ordenadamente, o hacerla cuando un colapso ecológico nos obligue de forma nada pacífica o tranquila. Estoy convencido de que las grandes empresas pueden mostrar esa solidaridad y mirada a largo plazo no sólo con la crisis actual sino también con el futuro del planeta.

Para todo esto es necesario también darle capacidad al Estado para levantar las restricciones de gasto público que hasta la actualidad han encorsetado a la administración y eliminar la norma que imposibilita que el BCE preste dinero a Estados (Art. 104.1 del Tratado de la UE).

Es evidente que el impacto en la economía del Covid-19 será muy fuerte, pero a la vez una oportunidad única para reformular muchos planteamientos desde la economía verde (fomentar la agricultura ecológica, el turismo local, reformular el modelo laboral, quitar privilegios a ciertos sectores,?). No sin olvidar que las pequeñas empresas y los más vulnerables deben ser ayudados ante estos cambios por los gobiernos.

En ocasiones se ha conseguido implantar en la cabeza de mucha gente que el interés de los dueños de las grandes multinacionales y fondos de inversión es lo mismo que el interés general, pero debemos entender que ha llegado el momento del cambio y que una de las grandes lecciones que debemos aprender de todo esto es la humildad colectiva. Los seres humanos somos vulnerables y la tecnología no resuelve todos los problemas. Algunos de esos problemas que resuelve la tecnología requieren grandes cantidades de energía y materiales. Cuando no tengamos acceso a ello, las soluciones tecnológicas no estarán disponibles. Actuar unidos, con solidaridad y sensatez es el mayor poder del ser humano, en cualquier contexto y en este ede pandemias contra los humanos y su planeta, mucho más.

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