500 millones de europeos -ciudadanas y ciudadanos de 27 estados miembros (EE MM)- están siendo sometidos al shock del Covid19. En esta primera pandemia de la globalización, tan inexorable en todo, la conmoción que nos sacude es económica, social, psíquica y emocional. Su multiplicación exponencial es, asimismo, viral, vista la saturación con la que los mass media (en todos sus formatos, escritos y audiovisuales) y redes sociales, con voracidad insaciable, 7/24, sobreinforman, o intoxican, en conjugación insólita de conocimiento, ciencia, experticia... y fake news, bulos que explotan la angustia, el miedo y el resentimiento que tan fácilmente acompañan o siguen al sufrimiento.

La magnitud de este seísmo carece de precedentes en nuestra memoria personal. Pero dos cosas son seguras: a) Sus consecuencias, catastróficas, son ya incuantificables, pero de las instituciones europeas y su capacidad de respuesta depende, todavía hoy -26 de marzo de 2020, cuando el Consejo Europeo debate qué hacer y, cómo no, cuánto nos va a costar- que no sean irreversibles, ni su duración exceda de lo estrictamente necesario, ni su profundidad arrase con la recuperación de nuestra actividad productiva, de nuestro bienestar y hasta de nuestras libertades, cuya esperanza nos mantiene en pie; b) Todo está cuestionado -nuestras vidas cotidianas, seguridad, conductas-, pero también la utilidad y hasta la razón de ser de la UE como espacio de integración supranacional regido por el Derecho, comunidad de valores y ámbito de cohesión y solidaridad, con vocación y designio de llegar a ser, en la globalizacion, globalmente relevante.

La UE se equivocará si subestima el riesgo para su reputación y su credibilidad impuesto por esta crisis y los efectos potencialmente lesivos sobre el conjunto del proyecto que nos convoca y nos une. Sometida a las medidas drásticas de limitación de libertades -libre circulación dentro del área Schengen, cierre de las fronteras exteriores de la UE y reducción a mínimos de la conectividad-, y bajo la tensión de soportar sacrificios heroicos, homenajear como nunca el ejemplar desempeño de nuestra Sanidad y servicios esenciales, y perder, trágicamente, tantos seres queridos sin despedida posible, la ciudadanía europea tiene derecho a esperar que la UE aprenda, una a una, las inapelables lecciones de la Gran Recesión y la prolongada crisis de la que apenas remontábamos cuando sobrevino este golpe.

¡Del Consejo Europeo de 26 de marzo sólo caben decisiones! Decisiones que refloten la confianza de los/as europeos/as en Europa. Empatía con su ansiedad y sus preocupaciones; solidaridad en los EE MM y entre los EE MM; cohesión (social, territorial intergeneracional); estrategias comunes, con medios proporcionados, y recursos adecuados para una respuesta a la altura de la enormidad de este envite.

No cabe más "sálvese quien pueda", ni negación ni egoísmo, ni apelaciones abstrusas al "riesgo moral'' de la UE o de sus EE MM (¡intolerable mezquindad de la liga hanseática ordoliberal!). Porque no hay riesgo mayor -ni hay peor "moral hazard"- que dilapidar el crédito que nuestra ciudadanía nos preste ante una situación extrema. Les debemos el deber de salir de ella mejores, europeos y europeístas. No menos europeos ni peores. Baste pensar el sufrimiento añadido que esta crisis sobreimpone a quienes ya se hallaban en el último eslabón de la insolidaridad y/o de las injusticias causadas por la desigualdad: personas vulnerables, sin techo, mayores abandonados, asilados hacinados en campos insostenibles e insalubres, menores no acompañados, mujeres víctimas de trata, explotación o violencia...

Del Consejo Europeo, y del entero proceso de decisión europeo, cabe, por lo tanto, esperar las decisiones urgentes e inaplazables: a) Asegurar liquidez a las administraciones y empresas, a tipo cero. b) Suspensión de los rigores y liberar capacidades fiscales (más de un billón de euros) que aseguren a los damnificados toda la ayuda que merecen. BCE, BEI, todas las instituciones que vertebran el Tesoro y financiación de proyectos de carácter finalista que hoy resultan imperiosas y más exigibles que nunca. Pero también eurobonos para combatir al virus y para la reconstrucción de cuanto está siendo dañado.

Si los tratados plantean límites, es la hora de acordar soluciones extraordinarias. Si el instrumento es el MEDE, en ningún caso es aceptable ninguna condicionalidad, ni ningún MoU ( Memorandum of Understanding) que rememore las humillaciones impuestas a los EE MM que sufrieron la peor parte (y aquellos infaustos Men in Black) de la austeridad recesiva (2008/2018). El Gobierno de España viene sumando a otros en la demanda de un Plan Marshall europeo (refrescando las metáforas de la II WW), ambicioso, con cobertura de un seguro de desempleo europeo y un fondo europeo de garantía de rentas básicas que impacte en lo inmediato sobre los/as desempleados/as que acusen en carne propia los ERTE y cierres de empresa a que estamos asistiendo, y sobre los/as autónomos/as cuya subsistencia personal y familiar está siendo tan amenazada.

Whatever it takes! Todo lo que haga falta, tan lejos como haga falta. Ensayo general con todo. Responder, ya. Actuar. Salvar a los/as europeas que padecen la emergencia. Y relanzar la UE, sometida al stress test más intenso e inesperado que hayamos vivido hasta ahora.