A lo largo de la historia reciente, se han producido importantes epidemias y pandemias de etiología viral -como la viruela, la poliomielitis o la mal llamada gripe española- que ocasionaron efectos devastadores sobre la humanidad. Lejos de concluir, la emergencia de infecciones virales, con diferentes vías de transmisión y grados de letalidad, es una constante, como lo atestigua el VIH, dengue, zika, chikungunya o los brotes de ébola, entre otros. Atendiendo más concretamente a infecciones virales de transmisión aérea, la OMS predice (es más, da por seguro) que tarde o temprano vendrá una pandemia gripal causada por un nuevo subtipo de virus de la gripe que, como todo virus nuevo, va a encontrar a la población mundial sin protección inmunológica alguna, igual que lo ha hecho el Covid-19. De hecho, el que avisa no es traidor, y este tipo de virus nos ha dado ya numerosas llamadas de atención, afortunadamente sin grandes consecuencias, como las pandemias de la llamada gripe aviar (2003) y la de la gripe A (2009). Y ya hemos sufrido el embate de coronavirus similares al actual Covid-19: en el 2002, apareció en China el denominado SARSCoV, agente causal del "síndrome respiratorio agudo grave", que se propagó por más de 30 países y originó unos 800 muertos, con una letalidad de un 10%; y más recientemente, en 2012, Arabia Saudí vio surgir el MERS-CoV, que ocasiona el "síndrome respiratorio de Oriente Medio" y se ha expandido por 27 países hasta 2017, sumando unos 2000 casos detectados y una mortalidad del 35%. Parece pues que la llegada de una pandemia era una cuestión de tiempo, un proceso sin fecha asignada en el calendario, pero no por ello menos seguro. ¿Cómo es posible que, dados estos antecedentes de infecciones víricas emergentes, similares a la actual, tengamos un sistema sanitario y de protección de la población que no esté preparado para afrontar mejor esta pandemia? Sin duda, una mínima y fundamentada previsión, con un plan de contingencia, nos habría permitido estar en una situación diferente a la que hoy tenemos, con un alto grado de improvisación y en búsqueda de mascarillas y guantes por medio mundo. Resulta insuficiente entonces, que ahora se diga que se van a adoptar medidas para que este tipo de pandemias nos encuentre, al menos, con la trinchera excavada: visto el historial de datos que tenemos, las medidas preventivas deberían estar ya implementadas. Y esto no es culpa del gobierno actual, ni del anterior, es responsabilidad conjunta de todos ellos. Ahora, ante este escenario análogo al de una guerra biológica con el que aún prevenidos nos hemos dado de bruces, todos volvemos la mirada a la investigación, exigentes, para que nos proporcione una solución salvadora, sea a través de la vía farmacológica, mediante un antiviral que ayude a controlar o mitigar la enfermedad, o sea en forma de vacuna que nos prevenga de desarrollarla. La ciencia, o más concretamente la virología, no puede anticipar una solución para un virus desconocido o que todavía no existe como patógeno humano, y tiene pues que partir de cero, pero es indudable que podrá dar mejor respuesta cuanto más desarrollados estén los sistemas de investigación y prevención. Es precisamente por esta razón por la que, a los pocos días de detectarse una neumonía de etiología desconocida en China, se pudo determinar que su causa era un virus nuevo perteneciente al grupo ya conocido de los coronavirus, se pudo definir los mecanismos de trasmisión y, en consecuencia, se señalaron las medidas que había que tomar para evitar la propagación y el contagio. Además, se desarrollaron inmediatamente sistemas de diagnóstico que se ejecutan en pocas horas y que son aplicables en todo el mundo. Esto permitió saber quién está infectado y quien no, y con ello poder tomar las determinaciones médicas y epidemiológicas apropiadas. ¿Alguien se imagina en qué situación estaríamos ahora si no tuviésemos esta prueba? También se están introduciendo nuevos test que van a proporcionar el diagnóstico en pocos minutos y podrán ser aplicados en muchas más personas. Se puede pedir más, pero sin duda la ciencia ha respondido ya, aunque no nos demos cuenta de todas sus aportaciones a esta pandemia, tal vez por lo rápido que se invisibiliza lo que es asumido y cotidiano. Estoy seguro de que, como en casos anteriores, y más pronto que tarde, la ciencia continuará dando soluciones. Mientras tanto, nos enfrentamos súbitamente a la vulnerabilidad, la impotencia colectiva, la sorpresa, el temor; sin necesidad de estar sometidos a prácticas de riesgo, como lo está el personal sanitario y otros colectivos, cada uno de nosotros tiene hoy, con su comportamiento y actitud, la posibilidad de infectarse y tal vez morir, y, aún más, la posibilidad de matar, especialmente a nuestros seres queridos más próximos. La infección nos convierte en los soldados del ejército enemigo. Sabiendo esto, no dejemos que el virus gane esta guerra y sigamos las indicaciones que la ciencia nos ha dado hasta ahora para, con armas efectivas como el confinamiento y la protección individual, combatir el reclutamiento de nuevas tropas al servicio del virus. De ello depende que acabemos, y cuándo y en qué situación, con esta pesadilla.