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OPINIóN

La UE, el rostro de la vergüenza

Que hayamos visto a jefes de Estado de grandes países en versión payaso ninguneando la pandemia mientras el virus se colaba en sus cuerpos sin que ellos lo supieran ha sido, además de irresponsable, patético. Pero que la respuesta que tengamos hoy de la Unión Europea sea húndete tú y sálvese quien pueda es el auténtico rostro amargo de la vergüenza.

Más de 3.000 millones de personas, casi la mitad de la población mundial, está confinada en sus casas este fin de semana, lo que da muestra de la gravedad de esta guerra contra el virus. Mientras, la organización europea -esa supranación que nos han vendido para hacernos más fuertes frente al mundo- lejos de dar una respuesta conjunta se resquebraja de forma miserable y egoísta. Repugnante, en palabras del primer ministro de Portugal, Antonio Costa.

No entender que el virus es el enemigo común es la mayor de las torpezas. Y creer que los países del norte se van a librar de las graves consecuencias económicas que azotarán a los países del sur es elevar al ser humano al mayor grado de estupidez nunca visto.

Holanda, Alemania, Austria y Finlandia, los países ricos de este club fracasado, no solo dan la espalda a España, Italia, Francia y Portugal. Están clausurando Europa. Fin de un episodio. El final de un intento de macropaís que, en honor a la verdad, ha permitido grandes progresos a España y, sobre todo, a Canarias pero que hoy nos ofrece su peor y más lamentable cara.

Dicen que en los momentos decisivos es cuando desvelamos nuestra verdadera esencia. Y es ahora cuando la mezquindad y la torpeza, a partes iguales, se expande en un bando de países que confunde el campo de batalla y ni siquiera distingue al auténtico enemigo. Los ciudadanos de a pie, confinados y preocupados por nuestra salud y por nuestros puestos de trabajo, presenciamos atónitos el espectáculo. Y nos hacemos muchas preguntas. ¿Hemos cedido soberanía nacional para esto? ¿Hemos dejado en manos de esta banda nuestras principales políticas? ¿Debemos seguir permitiendo que tomen decisiones esenciales sobre nuestras vidas?

Después de años de grandes sacrificios, de austeridad impuesta sin contemplaciones durante una década, de levantarnos en pie de nuevo con mucho pundonor pero también con heridas aún abiertas ¿de verdad que los países ricos de Europa nos preguntan ahora a los españoles por qué no hemos amasado un colchón financiero para salvarnos a nosotros mismos de este virus?

La pregunta es insultante pero la falta de una respuesta conjunta de Europa a esta grave crisis sanitaria y económica lo supera. Incredulidad, decepción, desapego y hasta rabia son sentimientos que se suman al miedo, la ansiedad y a una cierta desesperanza que también nos ha traído el coronavirus.

Al menos, y ante la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial, desde ese altar comunitario donde los puñales se vuelven a clavar en las espaldas de los más débiles, no nos pidan que cantemos el himno europeo en estas horas de confinamiento. No nos pidan que saquemos a los balcones esa bandera azul de estrellas unidas de una Europa común. No nos pidan que en esta guerra nos convirtamos en soldados ciegos, cojos y mancos defendiendo un frente colectivo. No nos pidan nada. Ya nos arreglamos nosotros.

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