Soy uno de los aproximadamente 400 canarios que están ingresados actualmente por coronavirus. Estoy en la planta 8 del hospital Materno Infantil.

Quizás relatar mi experiencia sea útil o de interés para alguien ya que ahora este virus majadero está protagonizándolo todo.

A mí me ha sentado bien exorcizar la experiencia contándola.

Esta es la secuencia de acontecimientos:

El jueves 12 de marzo regresé de un viaje de trabajo a Lisboa. La ida, vía Madrid, con una escala de no más de 45 minutos. La vuelta a Gran Canaria, vía Tenerife. Esa tarde empezó la tos.

El día siguiente, más tos y algo de malestar muscular y cansancio. El país se puso en cuarentena y en mi empresa nos preparábamos para lo peor. Toda la semana fue muy dura. Teletrabajo muy intenso, preparando la cuarentena con mi pareja y mi hija de cuatro años, e intentando gestionar la preocupación, la incertidumbre y la debilidad física.

Pensaba: "¿Tengo el Covid-19 o he pillado el resfriado más inoportuno de mi vida?"

El viernes, además de la tos, el cansancio y cierta sensación de falta de aire, tuve mi primer episodio de fiebre. Solo tuve dos, de 38 grados.

Las noches ya eran muy malas.

Mi pareja me miraba con pena y preocupación. El sábado me costó horrores ducharme y secarme el cuerpo.

Me faltaba aire. "Disnea", lo llaman.

Y me di cuenta de que, tras ponérmela, no olía mi propia colonia. No olía nada. La prueba definitiva.

Esa tarde el 112 vino a por mí bajo la mirada de algún vecino. Fue una situación incómoda.

Con el 112 hablé unas cinco veces.

Fueron profesionales. Preguntaron síntomas y dónde había estado.

Tomaron nota de mi caso, pero la fiebre parecía ser el elemento clave.

Yo no tenía. Pero este virus se manifiesta de distintas formas. Entiendo que el 112 estaba haciendo de última línea de contención para no colapsar los hospitales. Pero prolongaron la agonía.

La ambulancia me llevó al Hospital Insular.

Grandes medidas anticontagio y el personal sanitario en guardia.

Me hicieron un placa de los pulmones. Neumonía.

Me metieron unos bastoncillos por la nariz y me hicieron análisis de sangre y orina. Me mandaron a casa.

Esa noche empeoré.

Me despedí de mi pareja en la distancia con el pulgar enfundado en guantes y con la cara de preocupación tapada por la mascarilla.

Llegué al Insular. Pude aparcar en la zona. Volví a la zona de urgencias habilitada para el Covid-19 donde ya había estado.

Los resultados ya habían salido y confirmado el positivo.

Me llevaron por un túnel en silla de ruedas a la planta 8 del Materno.

Todos los sanitarios con gafas, mascarillas, traje y guantes.

Me metieron en una habitación de tres en la que ya había un paciente, de unos 70 años. En silencio.

Los dos nos sentíamos mal.

Me pidieron autorización para hacerme un tratamiento experimental. Lo hicieron con todos los que pasaron por mi habitación. Todos aceptamos. Una combinación de antiviral con antibióticos.

Los dos primeros días fueron los peores. Cansancio extremo, tos, fiebre, falta de aire, miedo e incertidumbre.

Los sanitarios, auxiliares y limpiadoras entraban varias veces al día a controlar la tensión, la saturación pulmonar, las pulsaciones y la temperatura. También a limpiar y a darnos de comer. Los primeros días, en equipos de dos. Uno entraba y el otro le alcanzaba, a través de una bandeja con ruedas, lo que necesitara: medicamentos, comida, agua, ropa de cama...

También le guiaba para quitarse correctamente guantes, gafas y bata. Se lavaban las manos con gel después de retirar cada elemento.

Todo a la basura y a la siguiente habitación. El proceso duraba unos 10 minutos.

Días más tarde ya entraban y salían normalmente. Cambio de protocolo.

Se había decidido que toda la planta era sucia y los controles se hacían a la entrada de la planta y no de cada habitación.

Así optimizaban recursos. Supongo.

Entraron a un segundo compañero. Más joven. Cuarenta y tantos, como yo.

Con él estuve toda la semana. Nos animábamos mutuamente. Evolucionamos de manera similar.

Él nunca viajó. Nunca tuvo tos. Pero estuvo en la UMI con fiebre sostenida alta y agotamiento extremo. Llevaba ingresado una semana. Siempre le vi positivo. Tiró de todos para arriba.

La segunda noche se llevaron a la UVI a nuestro compañero mayor y trajeron a otro de edad similar.

No nombro a nadie por respeto, pero nos dio tiempo para conocernos. Todo es muy intenso y muy íntimo en la planta 8.

A este compañero también se lo acabaron llevando a la UVI cuatro noches más tarde. Le habían comunicado el fallecimiento de su mujer esa misma mañana por Covid-19. Ella era asmática.

Ese día fue el más duro emocionalmente.

Espero de todo corazón que salga adelante y poder comer los tres cuando esto acabe, como acordamos.

El tratamiento hizo efecto y los jóvenes empezamos a sentirnos mejor. Lentamente.

A los mayores, y los otros grupos de riesgo, el virus les pone muy a prueba. Es duro. Física y psicológicamente. No es una gripe.

Cuando sientes que te vas a recuperar, tu ánimo crece y la recuperación se acelera. Sientes que estás ganando la batalla. Es el principio del fin.

Hasta entonces te haces fuerte con los wasap (qué importante recibir el cariño y el apoyo de los tuyos en esos momentos. Gracias a todos. Les quiero mucho).

Y también te aferras a los mensajes diarios de ánimo y confianza del personal del hospital.

Todos profesionales, empáticos, valientes. Aplaudiré a rabiar por ellos cuando llegue a casa.

Espero que como mínimo esta situación sirva para poner en valor de una vez por todas a nuestra sanidad pública y a sus profesionales.

En la planta 8 todo es muy intenso. Reflexionas y te replanteas muchas cosas. No sé cuanto, no sé cómo, pero siento que algo va a cambiar, que algo ya ha cambiado. A nivel individual y colectivo.

A los que están fuera, si se contagian, tranquilidad. Mi pareja lo superó bien. La niña no mostró síntoma alguno. A mí (49) me cogió muy cansado y estresado y el virus ataca cuando estás débil.

Cuidado especial con los mayores, asmáticos e hipertensos.

Quiero agradecer a Laura, Jorge, Imara, Esther, Eli, Sonia, Diana, Susana, Luis, Fran y demás enfermeros, médicos, auxiliares, celadores y limpiadoras su atención y dedicación. Muchas gracias, ¡de corazón!

Acabo compartiendo el contenido de una nota anónima que recibimos con una comida.

"Si sonríes y compartes tu amor tu vida será más feliz".

Así que sonríe.

PD: Espero salir un día de estos. HABRÁ que volver a remar. Pero de otra manera.

Francisco M. Planta 8 del Materno Infantil. Las Palmas de Gran Canaria