El perro, hoy, está de mejor humor, resultado tal vez de haber incluido algunos pedazos de pollo asado en el triste pienso que es su destino. Corretea, pega brincos, juega con las flores de los parterres de la rambla. Muchos vecinos han colgado en ventanas y balcones una pancarta -una tela, un pedazo de cartón- con sus nombres: "Pablo Cristina Fernando Arturo". Es una curiosa forma de afirmación: bautizarse de nuevo frente a la adversidad y el pánico. Somos nosotros y estamos aquí, aguantaremos aquí y saldremos de aquí. No puedo evitar una sonrisa. Todos los eslóganes tienen la pegajosa virtud de convertirse inmediatamente en una idiotez cargante y vagamente gubernamental. Cualquier alternativa es preferible. Creo recordar que la misma expresión, eslogan, tiene una curiosa etimología, pero en ese momento el chucho da un respingo y viene a protegerse entre mis zapatos. Y lo comprendo: un ruidoso vehículo, dotado de potentes altavoces, enfila ahora la calle seguido de tres relucientes coches de la Policía Local de Santa Cruz de Tenerife.

Esta especie de plataforma rodante de la que tira un camión es una ocurrencia que pretende combinar pedagogía y vacilón. Los pocos vecinos que se alongan desde sus ventanas no parecen muy entusiasmados. Los megáfonos repiten, una y otra vez, que nos encontramos en estado de alarma y no podemos salir de nuestros domicilios. Entre advertencia y advertencia suena salsa y música carnavalera porque ya se sabe que el gusto musical imperante desde las cumbres de Anaga hasta la Farola del Mar tiene como norte referencial a Manny Manuel -preferentemente sobrio y como sur nostálgico las melodías de Los Bambones. En algún momento, por supuesto, se producen contradicciones propias de todo gran proyecto político, social o intelectual.

-"Por favor, estamos en situación de alarma, recuerda, Quédate en casa" (Pausa) "Chicharreroooo/chicharreroooo/ chicharrero de co-ra-zón/ sal a la calle y toca el tambor..."

Un pibe bajo y escuálido, con mono de trabajo y barba de media cuarentena me señala el camión y me pregunta sonriendo:

-¿Usted lo entiende, don? ¿Nos quedamos en casa o salimos a tocar el tambor?

-Yo creo que está muy bien. Este lugar siempre ha sido un sitio esquizofrénico. Un pueblo que cree ser una ciudad y una ciudad con una maniática e injustificable nostalgia de ser un pueblo; un espacio que ha presumido de cosmopolitismo pero que rumorea sobre los golondrinos que tiene un vecino en el sobaco...

-¿Y eso que quiere decir?

-Que cuando salgamos el tambor vamos a ser nosotros.

Al llegar a casa recordé las raíces de la palabra eslogan. Es una referencia de Masa y poder, el gran estudio de Elías Canetti para el que leyó toda la bibliografía sobre antropología y etnografía disponible a mediados del siglo XX. Eslogan ( slogan) tiene un remoto origen celta. Algunos pueblos de la antigüedad imaginaban a sus muertos como ejércitos que combatían en las noches de invierno. En las montañas de Escocia esta fúnebre milicia se conocía como sluagh. La expresión sluagh-ghairm era el grito de guerra de los muertos. Sí, en las consignas de seducción y combate de la empresa y la política contemporáneas están los alaridos triunfales de los ejércitos de miles de muertos.