Ha habido numerosas situaciones en las que una civilización entera ha estado en jaque por una amenaza externa y ha estado recluida durante un largo tiempo, privada de su libertad, bajo la amenaza constante de la muerte y despojada de su identidad. Tenemos numerosos ejemplos: el holocausto, el tráfico de esclavos de África, las prisiones franquistas, los bombardeos sobre Londres, el encarcelamiento de Nelson Mandela, voluntarios secuestrados, bombas sobre Siria? Cada una de estas situaciones tiene unas condiciones históricas diferentes y afectan a poblaciones distintas, pero todas tiene una serie de elementos en común que han marcado esos momentos históricos y que pueden analizarse una vez han concluido.

A pesar de conocer estas situaciones, es muy complicado que una sociedad entienda la gravedad de los hechos a menos que le afecte directamente. La empatía no es fácil cuando vemos el mundo desde la cómoda lejanía, a pesar de que hoy día las interrelaciones que permiten compartir conocimiento y beneficios en segundos son también las que llevan a diseminar el dolor en sólo cuestión de horas. Hace tres semanas, en España veíamos la crisis sanitaria en China como algo lejano, que no nos iba a afectar directamente. Hace dos semanas, pretendíamos que el problema se quedar en Italia. Hoy, que el virus está causando sufrimiento en nuestros hospitales, parece que queramos convencernos de que no tocará en las puertas de nuestra casa. No es necesario que un problema nos haga sufrir en nuestras carnes par que tomemos conciencia de su gravedad. Esta es la gran lección que no debemos olvidar, y que debe quedar grabada en las siguientes.

Podemos esbozar una serie de factores comunes de estas situaciones, que ayudan a comprender la trascendencia de no permitir, bajo el pretexto de ninguna ideología o de ningún falso debate, ninguna dilación en un mundo más justo:

El tiempo se detiene

El tiempo se detiene. El mundo se para. Las cuestiones que con tanta urgencia había que resolver, no tienen importancia. Todo se relativiza. Los grandes planes no desaparecen, sólo se ubican en un universo temporal paralelo. Ahora, lo que urge es la supervivencia, realizando los movimientos necesarios para seguir viviendo. De nada valdrán los sueños si los borramos con nuestra impaciencia. Día a día. Sólo tenemos la esencia de la vida, la vida y nada más.

La importancia del proyecto futuro: la esperanza y la sostenibilidad del mañana

Cada mañana al afrontar la salida del sol, cada noche al conciliar el sueño, debemos proyectar en nuestra mente cómo queremos que sea el futuro después de la tormenta. Sabemos que vamos a superar esta etapa, que quedará como una cicatriz en nuestra memoria, y nos dolerá cada vez que se nos despierten viejos temores. Pero nos hará más fuertes. Nos hará estar preparados para crisis peores que ésta. Las decisiones que tomemos hoy sobre nuestras vidas y sobre las vidas de los que nos rodean

Querer que el futuro sea diferente

Dentro de un tiempo, alguien nos preguntará: "¿Y tú qué hiciste aquellos días?". La cuestión es qué queremos hoy responderle mañana.

"¿Cómo superaste algún momento de flaqueza?

¿Ayudaste a alguien a mantener el ánimo alto?

¿Reflexionaste en lo que le quieres exigir al futuro para que sea diferente?

¿Qué te exigirás a ti mismo?

¿Qué aprendiste?

Cuando saliste de la cueva, ¿apreciaste los pequeños momentos con otras personas, aquellos a los que no dabas importancia antes, aquellos de los que querías incluso librarte?

¿Fuiste consciente de la vida?

¿Fuiste capaz de imaginar un mañana en el que la lógica por la que se rigen las leyes y las relaciones económicas entre las personas ya no es una justificación suficiente para aceptar un mundo que no queremos? ¿Tomaste consciencia del momento?

O, simplemente, no hiciste nada??"

No resistirse a aceptar la situación, sino resistir ante las causas que la han provocado

En julio de 2005 los líderes mundiales estaban a punto de adoptar decisiones firmes y comprometidas con la ayuda a África y contra el cambio climático, con acciones sin precedentes. Pero una serie de ataques terroristas desviaron las prioridades de las decisiones políticas, de la financiación y de la organización de las relaciones internacionales. En los primeros momentos de la crisis sanitaria actual, había gente resistiéndose a tomar medidas necesarias de precaución, por temor a perder lo que ya era inevitable, por incapacidad de concebir que lo que no querían sacrificar ya estaba en realidad perdido. Y por temer perder el poder cuando todo hubiera acabado. A lo que debemos resistirnos es a aceptar las casas que han provocado este problema, tanto las del origen de la propagación del virus como las de la falta de preparación de nuestros sistemas sanitarios. Semanas antes de que el mundo estuviera condenado al confinamiento, la sociedad global estaba más comprometida que nunca con la lucha contra el cambio climático, contra la contaminación, contra el plástico en los océanos, contra una manera de hacer negocios que nos habían llevado a una situación de calentamiento global. Había recursos para ello. Justo antes de que estallara la pandemia, el modelo económico iba a cambiar. Ésa era la prioridad. Un nuevo modelo económico en el que los que no contribuyen a un mundo más sostenible no tienen cabida en el mercado, porque son en realidad ineficientes y se aprovechan de sus fallos de regulación. Esta crisis no debe desviar el enfoque, sino ser aún más exigentes con un sistema económico pensado para las personas, para que puedan vivir en un mundo seguro, saludable y libre. Para ello, el cuidado de la salud debe contemplar la garantía de que en caso de crisis biológica el sistema sanitario es capaz de responder, de que el sistema económico es capaz de parar, y de que hemos diseñado una protección para todos sin que nadie la ponga en cuestión por motivos egoístas.

No rendirse nunca

No habremos perdido a menos que nos rindamos. Superaremos esta crisis, pero vendrán otras. Si aceptamos la posición dominante de los que se resisten a perder su poder, estaremos sometidos de nuevo a crisis cada vez más graves. El interés de las personas debe ponerse por encima. Para ellos es necesario dotar de más poder de decisión y de financiación a las instituciones supranacionales que deben velar por el reequilibrio del sistema sanitario. Al igual que una alianza militar actúa conjuntamente en caso de protección ante el ataque a uno de sus miembros, en caso de amenaza contra la vida de las poblaciones las instituciones políticas y sanitarias internacionales deberían tener la misma capacidad de reacción y actuación sobre cualquier ente público o privado nacional.

La vida depende de otras personas

Para las personas que han sido encarceladas por ideología o condenadas en un gueto, su día a día dependía de la voluntad perversa de unos monstruos que vendieron su espíritu a la lujuria de un poder que les prometía medrar y les permitía temporalmente actuar como los únicos dioses. Se trata de la avaricia más antigua.

En otros casos, los tiempos de asilamiento dependen de la capacidad de las personas que ostentan responsabilidad para tomar las decisiones adecuadas con valentía y acierto en un momento de máxima urgencia y en una lucha desmoralizante. Es el liderazgo más auténtico.

El miedo

Un enemigo al que no vemos nos está declarando la guerra, y en la fase inicial la está ganando sin dificultad. Desconocemos si algunas de nuestras prácticas como seres humanos, como el consumo de animales, o si se debe a. Ese desconocimiento es parte de su ventaja. Estamos desconcertados. No encontramos un por qué. Alguien me enseñó una vez que la clave para ganar una situación es pasar de preguntarse por qué a preguntarse para qué. Cuando pasamos esa barrera, aceptamos que tenemos el problema, aunque no nos guste, y tomamos conciencia de lo que tenemos que cambiar para que no se repita. En ese momento, pase lo que pase, ya habremos ganado, porque habremos provocado un cambio en nosotros que perdurará en los que nos rodean con nuestro ejemplo. El miedo es el enemigo invisible.

Este enemigo es poderoso. Mutará, tomará otras formas. Pero no olvidemos que nuestro principal enemigo en la vida somos nosotros mismos. Debemos enfrentarnos a nuestra desidia, a nuestra imprudencia, a nuestra inmadurez, a nuestra ambición. Y, sobre todo, a nuestro miedo. El miedo nos paraliza, nos vence sin haber luchado, nos quita la energía que necesitamos. Venzamos ese miedo, cada día, ante cada mala noticia. El miedo es invisible, ataca directamente a nuestro corazón y deja desolada nuestra esperanza. Quien no tiene miedo es quizá un inconsciente. El verdadero valor reside en admitir que lo tenemos y decidir enfrentarse a él.

La causa común

Hemos pasado demasiado tiempo pensando que íbamos a vivir para siempre, preocupados por cuestiones que en realidad no tenían importancia para la vida como especie, como conjunto. Ahora que sabemos que individualmente podemos morir mañana, todas esas ocupaciones de la mente se nos vuelven absurdas, y todos los adalides que pretendían utilizar a un sector de la población o a otro aprovechando nuestras debilidades no son hoy más que charlatanes. La causa común está por encima de cualquier intento de manipulación.

Existe algo más poderoso que eso. Está en los aplausos que desde las ventanas y balcones toda la gente brinda como reconocimiento a los que están en primera línea arriesgando sus vidas. Esos aplausos muestran respeto, admiración y una firme voluntad de que vamos a prevalecer. Está en la perpetuación de la especie. Ahora mismo no somos más que hormigas ante un enemigo que desconocemos, y que en parte hemos contribuido a crear por nuestra falta de preparación y por un modelo de consumo que nos distrae de las prioridades. Las especies que cooperan tiene más probabilidades de perdurar en el tiempo. Si seguimos permitiendo que algunas voces se preocupen sólo de la conveniencia de algunas medidas porque ponen en riesgo su situación futura, no estamos entendiendo el problema. El modelo ya ha cambiado, no importa que algunos se resistan a perder su modelo. Porque la gente no va a permitir, nunca más, un mundo no basado en las personas. Hay algo más poderoso que la desconfianza que nos impide confraternizar con personas que no conocemos, algo más fuerte que el virus que hoy nos separa. Es nuestra condición de seres humanos. Nuestra voluntad por la vida. Sólo desde nuestra esencia podemos verlo, cuando sólo importa la vida.