Otra más, padre? Sí, hija mía, y mil más si hubiera tanta tinta, pluma, papel y vida para escribirlas. Te hago saber que de aquí nació la historia de la que resulta el juramento de escribirte indefectiblemente una carta aniversario mientras viva.

¿Recuerdas?

Quizás tú no porque estás muerta, pero yo sí. Todo empezó cuando, recién fallecida tú, y envuelto yo en tristeza y silencio, imaginé una conversación tuya en el cielo en la que una nueva amiga tertuliana celestial te preguntaba: ¿Por qué tu padre, que ha escrito de todo y de todos, no ha escrito nada de ti?

Y era cierto. ¡No había escrito! Lloré más que nunca en mi vida y me propuse que cada 5 de abril, como aquel de tu muerte, te escribiría una carta homenaje en la que rememorar, año tras año, tus muestras de cariño, caricias, sonrisas y anécdotas de los buenos momentos que nos dimos.

Desde entonces llegar a la siguiente cita ha sido para mí una inquietud y uno de los mayores estímulos para continuar viviendo las secuencias de cada año y así vamos ya por 24.

No te imaginas, hija, cuántos padres y madres recuerdan a sus fallecidos a través de estas misivas que yo te escribo y la esperan fielmente para compartirla. Compartir el pesar de ellos quizás me ayude a sobrepasar el mío.

¡Cuántas cosas tuyas mezcladas me quedan aún por contar, iguales a las mías porque vivían y ahora están muertas como tú! Por eso me da la impresión de que estas mis cartas son como las de otros padres y madres para sus hijos muertos, confundiéndose las muestras de pesar de unos y de otros, tal como ellos me han reflejado multitud de veces. Cada cual vive y comparte lo que el destino le depara. Así llego a este vigésimo cuarto aniversario, acompañando el pesar colectivo, temblando por la duda de si llegaré al próximo para seguir cumpliendo el juramento.

Llegado el próximo día 5 de abril proclamaré ¡He vencido! y, si no es así, solo el sentimiento decaerá y la intención y el deseo permanecerán en el eterno viaje de amor emprendido por el poderoso drago y la rosa roja de tu jardín Sandra, sin nada que los afecte.

Mientras, sigo atendido por los más cercanos de la familia con su consuelo, ánimos y medicinas, especialmente por tus hermanos, posiblemente sea el último aniversario.

Terminado el camino hay que agradecer a mis directores, mis compañeros y mis lectores por haber hecho y compartido como suyos alegrías y pesares de sus propios mal o bien aventurados. Para que tu alma llore, si los muertos lloran, aquí termina la última carta a mi hija Sandra.

Adiós, hija mía.