Ai Weiwei afirma que el capitalismo ha llegado a su fin. Slavoj Zizek ya ha sacado un libro sobre la pandemia -lo ha escrito en dos semanas, lo que lo confirma como el Javier Sierra de la filosofía poscontemporánea- en el que asegura que el coronavirus que nos aflige es un golpe mortal al sistema capitalista. Juan Carlos Girauta ha acumulado varios cientos de tuits vaticinando que nada será lo mismo y que la nueva sociedad deberá articularse desde otros valores. Tanto espesor intelectual aturde. Mi perro levanta la pata artísticamente y suelta una meada interminable, y la parada miccional me lleva descubrir un pequeño balcón en el que una familia confinada ha colocado las luces navideñas y hasta un pequeño árbol de Navidad de plástico. Se ilumina por las noches. Es un espectáculo ligeramente fantasmagórico, pero menos anacrónico -tal vez menos inútil- que las reflexiones de Weiwei, Zizek y Girauta.

Se me antoja harto dudoso que se derrumbe el capitalismo financiero más o menos globalizado. En sus últimos seminarios Lacan -uno de los supuestos maestros de Zizek- explicaba que el capitalismo somos nosotros. Y más allá de sus charlatanerías psicoanalíticas es casi exacto. Si implosionara el sistema capitalista se esfumaría entre sus cascotes cualquier posibilidad de sustituirlo o reformarlo en profundidad. Se ha expandido hasta los límites mismos de toda organización social y es condición insustituible de reproducción de cualquier estructura productiva eficiente y eficaz. Los profetas son ahora tan inútiles como una gabardina en pleno agosto. Me recuerdan el divertido diálogo una película de zombis de serie B: "Ya hay en el mercado demasiados libros sobre cómo sobrevivir a una catástrofe zombi o cómo luchar contra ellos pero, ¿qué pasa con la gente que se convierte en zombi? ¿Es que nadie piensa en ellos? ¿Cuál va a ser su futuro? ¿Les quitarán todos sus derechos? ¿Hemos de resignarnos a que nos revienten los sesos con una recortada?" Si la crisis pospandemia nos zombifica, debemos sobrevivir hoy para lograr vivir pasado mañana, y no permitir de nuevo que una minoría que sobreviva al miedo, el desempleo, el hambre o la enfermedad pueda liquidarnos sin problemas. Lo que urge ahora mismo no es la masturbación utópica, sino la supervivencia, el mantenimiento del interés general y los servicios públicos, la legitimidad y fortaleza del sistema democrático.

El vicepresidente y consejero de Hacienda, Román Rodríguez, sabe perfectamente que todo Gobierno es ya un Gobierno en funciones imposibilitado de aplicar su programa y necesariamente volcado a atender las necesidades básicas de los ciudadanos y a evitar el caos. Su departamento ha emprendido un conjunto de medidas económicas y fiscales pertinentes y acertadas, pero obviamente insuficientes. Porque Canarias necesita desesperadamente recursos financieros que solo pueden llegar de España y, sobre todo, de la Unión Europea. No sé si habrá unos nuevos Pactos de La Moncloa. Pero Canarias debe concretar y defender una estrategia de reconstrucción y diversificación económica con participación de comités especialistas que se debata en el Parlamento y se apruebe por unanimidad. Y defenderlo con el apoyo irrestricto de patronales y sindicatos ante Madrid y Bruselas mientras dispone de los cientos de millones de euros que ahora se pudren en los bancos. Empezar a hacerlo hoy mejor que mañana y mañana mejor que pasado como zombis que aprenden a correr.