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PIEDRA LUNAR

Vértigo en tres tiempos

El verbo es la única categoría gramatical que en su amplia flexibilidad contiene tiempo, que puede situar la acción en tres dimensiones: presente (momento en que se habla), pasado (momento anterior al que se habla) y futuro (la acción se realizará en un momento posterior al que se habla). Valga esta muy elemental observación para colocar la palabra vértigo en tres momentos del devenir de la cultura, que se halla encadenada en la construcción histórica de las comunidades humanas.

En este tiempo presente, el vértigo se ha instalado en la sociedad planetaria de manera imprevista y, de pronto, a todos los humanos se nos han caído los palos del sombrajo. En una simplificación del análisis en cuanto al comportamiento poblacional (aunque ahora todo se mide por regiones), los habitantes del hemisferio Norte estábamos cobijados al amparo de la sociedad del bienestar, y muchos pueblos del hemisferio Sur trataban y aún siguen tratando de sobrevivir en medio de costumbres tribales, y dictaduras incontroladas, intentando subirse al tren de países en vías de desarrollo. En el marco de este panorama, ha aparecido un ente satánico, invisible encarnación del mal, con un arma mortífera que, sin ningún tipo de discriminación, ataca directamente al hombre en sus entrañas vitales: el aparato respiratorio.

El hombre, hasta ahora subido en el pedestal de un poder tecnológico y científico, dueño del conocimiento, está luchando, dando mandobles a diestra y siniestra, para intentar que la especie no desaparezca de la faz de la tierra. Hemos llegado al dramático punto del vértigo planetario. La crónica del atajamiento es imposible de digerir: hospitales colapsados, traslado de fallecidos en masa, familiares que no pueden decirles el último adiós a sus padres, mascarillas defectuosas, población confinada en sus domicilios, actividad empresarial limitada, suspensión de eventos deportivos, hoteles turísticos convertidos en improvisados hospitales, hundimiento de empresas, miles de trabajadores en paro, servicios públicos clausurados, escuelas y universidades con actividad no presencial, cierre de fronteras entre países, suspensión del transporte aéreo, iglesias sin liturgias, barcos amarrados en puertos. Es decir, un panorama apocalíptico.

Si en esta triste columna llevamos la acción al análisis del pasado, podríamos encontrarnos con que la humanidad ha estado amenazada en múltiples momentos del tremendismo existencial. La historia de la humanidad está plagada de siniestros que han arrasado con millones de personas: guerras, hambrunas, carencias sanitarias, virus de diversa estirpe (gripe, peste, cólera), inundaciones, terremotos...

Diversos estudios ponen de manifiesto que la peste negra fue la pandemia más devastadora en la historia de la humanidad y que afectó a Europa y Asia a mediados del siglo XIV. Las estimaciones de fallecidos se cifran en 25 millones de personas, casi un tercio de la población europea de entonces. En la historia de Canarias ha habido diversas devastaciones de la población. Baste citar el cólera morbo de 1851. Y todo ello, como es pasado, pasado está.

Sin embargo, vamos a detener nuestra mirada en un cuadro que cuelga en el Museo del Prado, muy cerca de El Jardín de las delicias, de El Bosco, con el que comparte galería. Nos referimos a El triunfo de la Muerte, obra del pintor flamenco Pieter Brueghel el Viejo, pintado hacia 1562. El cuadro ofrece una panorámica en la que se pone de manifiesto la pequeñez del hombre frente a la Muerte, que avanza con batallones de esqueletos; sus escudos son tapas de féretros y conducen a la gente a un ataúd que es un túnel decorado con cruces; un esqueleto a caballo destruye personas con su guadaña. Los esqueletos matan de muy variadas maneras: cortando gargantas, colgándolos e incluso cazándolos con perros esqueléticos. Una tétrica carreta con calaveras forma el cortejo de los muertos, y, en plano superior, unos esqueletos tocan una campana, avisando del fin del mundo. Campesinos, soldados, nobles e incluso reyes, todos atrapados por la Muerte.

Si nos aventuramos a colocar el análisis en el futuro, la tercera dimensión del verbo, cuando se cumplan los siempre recurrentes 25 años de la planetaria calamidad que ahora padecemos, nos dará vértigo el hecho de ser observados todos nosotros (ministros, obreros, funcionarios, cronistas, lectores y toda la escala social?) convertidos en carne evaporada de una fría estadística, elaborada en el marco de una tesis doctoral (tanta población, tantos afectados; equis fallecidos, zeta sanados.). Esta futurible dimensión del vértigo llegará de manera inexorable y forma parte del sustancial juego del vivir. O mejor, del, para entonces, no vivir. Sic transit gloria mundi.

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