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Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

Amasar como locos

Tras la histeria del papel higiénico y el ¡viva a la vida! con los snacks y la cervecita después del aplauso en la ventana, llega la levadura, producto estrella del confinamiento. Los españoles amasan como locos, como si se les fuese la vida en moldear, ya que hace tiempo que perdieron la capacidad de adaptar sus biografías a los deseos que se les pasaban por la cabeza. La leyenda es que las cocinas son ahora tahonas o panaderías cubiertas de harina, donde la atracción principal es un pan, una empanada, una pizza, un quiche lorraine, un queque o unas galletas . La levadura distorsiona el encierro: el calor del horno, la ropa moteada de blanco y la expectación ante la manufactura del novato fomentan la seguridad del hogar frente la incertidumbre externa. Este confinamiento se inunda de fantasías (no todas van a ser sexuales) y la tendencia (la semana que viene seguro que se esfuma otro producto) ahora es la panadería y la repostería. El tiovivo del confinamiento nos lleva a meternos en derroteros ajenos a la vida normal. La cuestión es si amasar sin tino tiene sus resultados satisfactorios, o por el contrario es más corriente el tufo a quemado, lo incomestible o lo intragable. La verdad es que la cocinas son en estos días de desconcierto verdaderos templos de libertad: puede sonar un audio de Walt Withman, la Ana Rosa mañanera, una videoconferencia sobre las recomendaciones de Confucio, la voz de una dependienta que pide la lista de la compra, una videollamada que nunca finaliza, una música de fondo, el informativo con el balance del coronavirus... Uno mira la cocina, tan duradera, casi metida en nuestro cuerpo, y se pregunta si logrará superar tantas entradas y salidas. La verdad es que uno se lo pregunta de la casa entera: aguantará el baño, soportarán las cañerías, las manecillas de las puertas, las cerraduras, las estanterías, el tapizado de los sillones, los libros, la mesilla de noche... Todo está sometido a una erosión infernal, a un roce permanente. En el lado opuesto, el coche pasa a ser una descomposición en la plaza de garaje, afectado por una obsolescencia inesperada. Ante semejante lío lo mejor es tirar de la levadura y amasar hasta enloquecer. Levantar algo, da igual que sepa bien o mal. Y después mostrarlo como un trofeo.

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