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OPINIÓN

El Padre Paneloux y el doctor Rieux en 'La Peste' de Albert Camus

Estamos viviendo la pandemia del coronavirus con desazón y pánico. Debemos recordar que en Gran Canaria, nuestros antepasados sufrieron epidemias tan espantosas y desoladoras como la peste en 1512 y 1528, el tabardillo o tifus en 1584, 1669 y 1676, la viruela en 1690, el paludismo en 1781, la fiebre amarilla en 1811, 1837 y 1846, y el fatídico cólera morbo en 1851. Ante la epidemia del coronavirus o Covid 19, la Iglesia Española y nuestra Diócesis de Canarias han estado a la altura de las circunstancias. Se han suspendido las celebraciones en las iglesias, procesiones, catequesis y reuniones pastorales, evitando así las aglomeraciones de las personas.

En estos días de aislamiento me ha venido a la memoria la obra de Albert Camus La peste. El escritor existencialista francés describe en su novela los hechos que supuestamente sucedieron en la ciudad argelina Orán hacía 194?Todo comienza el 16 de abril por la mañana cuando el doctor Bernard Rieux tropieza con una rata muerta y sangrando. Pronto se propagaría la peste por toda la ciudad, los enfermos y muertos no cesaban, de tal modo que la ciudad quedó cerrada por tierra y mar. El doctor se desvivía para atender a los contagiados, pero todo era en vano. Llega a decir: "uno se cansa de la piedad cuando la piedad es inútil". La gente estaba desconcertada y se preguntaba acerca de la razón de aquella calamidad, la razón última. Entran en juego dos actitudes contrarias: la abstracción y la realidad. "El final del primer mes de peste fue ensombrecido por un recrudecimiento marcado de la epidemia y por un sermón vehemente del padre jesuita Paneloux. Este se había constituido en defensor caluroso de un cristianismo exigente, tan alejado del libertinaje del oscurantismo de los siglos pasados". A fines del mes, las autoridades eclesiásticas de la ciudad decidieron luchar contra la peste por sus propios medios, organizando una semana de plegarias colectivas. Se celebró también una misa solemne dedicada a San Roque, el santo protector contra la peste. Pidieron también al Padre Paneloux que predicara el sermón.

Su largo sermón fue seguido con atención por los fieles. Todos esperaban la explicación, el por qué de la peste. El sermón fue apocalíptico, acusador y decepcionante para la mayoría. Seleccionamos los párrafos más destacados.

"Si hoy la peste os atañe a vosotros es que os ha llegado el momento de reflexionar. Los justos no temerán nada, pero los malos tienen razón para temblar?Durante harto tiempo este mundo ha transigido con el mal, durante harto tiempo ha descansado la misericordia divina. Todo estaba permitido: el arrepentimiento lo arreglaba todo. Y para el arrepentimiento todos se sentían fuertes; todos estaban seguros de sentirlo cuando llegase la ocasión. Hasta tanto, lo más fácil era dejarse ir: la misericordia divina haría el resto. ¡Pues bien!, esto no podía durar. Dios, que durante tanto tiempo ha inclinado sobre los hombres de nuestra ciudad su rostro misericordioso, cansado de esperar, decepcionado de su eterna esperanza, ha apartado de ellos su mirada. Privados de la luz divina, henos aquí por mucho tiempo en las tinieblas de la peste".

El sermón "hacía más sensible para algunos la idea, vaga hasta entonces, de que por un crimen desconocido estaban condenados a un encarcelamiento inimaginable. Y mientras que unos continuaron su vida insignificante adaptándose a la reclusión, otros, por el contrario, no tuvieron más idea desde aquel momento que evadirse".

Todo cambió con la muerte de un niño, hijo del juez Othon. El padre Paneloux "miró esa boca infantil ultrajada por la enfermedad y llena de aquel grito de todas las edades". Se dejó caer de rodillas y dijo: "Dios mío, salva a esta criatura". Pero el niño murió. Paneloux se acercó a la cama y le dio la bendición. Luego al irse, el doctor Rieux le dijo con aspereza: "Este niño, por lo menos, era inocente, ¡bien lo sabe usted!" A partir de aquel día en que había visto durante tanto tiempo morir a un niño, el padre Paneloux pareció cambiado. El cambio se hizo evidente en su segundo sermón. "Habló en un tono dulce y más meditado que la primera vez y, en varias ocasiones, los asistentes advirtieron cierta vacilación en su sermón. Cosa curiosa, ya no decía "vosotros", sino "nosotros". El jesuita dijo con firmeza "que respecto a Dios había unas cosas que se podían explicar y otras que no?Pues si es justo que el libertino sea fulminado, el sufrimiento de un niño no se puede comprender". Paneloux siguió reflexionando y haciéndose preguntas. Pensaba que "la religión en tiempo de peste no podía ser la religión de todos los días. Y si Dios puede admitir, e incluso desear, que el alma repose en el tiempo de la dicha, la quiere extremada en los extremos de la desgracia. Dios hace hoy en día a sus criaturas el don de ponerlas en una desgracia tal que les sea necesario encontrar y asumir la virtud más grande, la de decidir entre Todo o Nada".

Paneloux en su reflexiones íntimas cayó en una fuerte depresión que le llevó a enfermarse. El doctor Rieux lo visitó y le reconoció , quedando sorprendido al no encontrar ninguno de los síntomas principales de la peste bubónica o pulmonar. El jesuita se mostró ante del doctor indiferente. Rieux, con todo, le dijo con dulzura: "yo estaré cerca de usted": Panneloux le contestó: "Gracias. Pero los religiosos no tienen amigos. Lo tienen todo puesto es Dios". Pidió el crucifijo que estaba en la cabecera de la cama y cuando se lo dieron se quedó mirándolo. En el hospital no soltó el crucifijo. La fiebre subió y la tos se hizo más ronca. Permaneció con la mirada indiferente. A la mañana siguiente lo encontraron muerto, medio caído fuera de la cama, sus ojos no expresaban nada. Se inscribió en su ficha: "Caso dudoso".

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