Según cuenta la historia, la isla de Lobos debe su nombre a que antaño, en época de la conquista, en dicha isla existía una colonia de foca monje (Monachus monachus) que los españoles calificaron de lobos marinos, y de ahí el nombre del islote. Los colonizadores desde el siglo XV comenzaron a explotarlas para la venta de su grasa y piel, hasta que cercenaron prácticamente todas las colonias hasta que en el siglo XVII ya dejó de ser rentable su caza (al igual que los conquistadores diezmaron la Laurisilva hasta irrisorios barrancos en comparación a lo que llegó a ser), porque había muy pocos especímenes y de muy difícil rastro. Pero fue a partir de los siglos XIX y XX cuando el problema pasó de la caza a la locura en la pesca, ya que, con el desarrollo de la pesca industrial, las focas se atascaban en las redes, y ahí fue cuando se le dio la estocada final a esta especie en nuestras islas.

En cualquier caso, desde mediados del siglo pasado existen citas de capturas y observaciones en La Palma, Lanzarote y Fuerteventura. Siendo más frecuentes las apariciones en estas dos últimas, posiblemente sean de jóvenes en dispersión provenientes de Madeira o del Sahara. Aunque parezca poco creíble, existe una colonia de focas monje en Cabo Blanco, al norte de Mauritania, pegada con el Sahara Occidental. Y parece ser que los individuos, tiempo otrora, viajaban desde el continente africano hasta Madeira, pasando por nuestras islas.

Desde 1995 se empezó a escuchar sobre la introducción de la foca monje en las islas, y de vez en cuando cada ciertos años se vuelve a leer y escuchar proyectos de su reintroducción, pero que por una causa u otra se han ido desvaneciendo y/o abandonando. Ejemplo de ello es que hace dos años salió en prensa que el Ministerio de Transición ecológica iba a reintroducir la foca monje en 2019.

Ojalá pronto podamos volver a ver imágenes de nuestras costas con estos seres tan preciosos que nunca debimos expulsar de nuestras playas.