Mi perro es sincero. Ronronea cuando tiene sueño, gime para pedir carantoñas, ladra cuando tiene hambre o se siente intimidado, enloquece ante las perras y cuando empieza a dar vueltas sé que se va a desprender de algo maloliente que tendré que recoger. Añoro esa sinceridad animal e inmediata, sabiendo como sé que un político es necesariamente un profesional del optimismo. Nadie le vota a un agorero. Mientras paseo con el chucho por el centro de la pequeña ciudad me he dado cuenta que Santa Cruz ha sido invadida. Invadida por los santacruceros. Las calles, en las horas centrales del día, cada jornada se asemejan más a la densidad de tráfico de antes del apocalipsis. Puede ser el principio de la desescalada, pero yo creo que se está agotando -salvo entre los viejos- el miedo. Y deberíamos conservarlo por un tiempo. Por lo general los seres humanos no elegimos adoptar esta o aquella actitud por el atractivo de su racionalidad, sino porque nos gusta. Queremos creer que todo está acabando. Ha terminado para más de 24.000 ciudadanos, pero para nosotros, los que seguimos vivos, apenas ha empezado.

Es curiosa esta disonancia cognitiva universalizada. Y mimada por el poder. El mismo responsable político que explica que, en efecto, solo en las dos primeras semanas de confinamiento y parálisis económica el PIB español cayó más de un 5% te dice que todo está listo para la normalización. Es grotesco, pero salimos a la calle. Ahora ha acabado el mes y, para muchos, no llegarán las perras de su ERTE, simplemente, porque no se ha podido tramitar administrativamente, aunque esté tácitamente autorizado por silencio administrativo. Son miles de ciudadanos en Canarias y muchas decenas de miles en España. El anunciado ingreso vital del Gobierno central no ha llegado, y en esa tardanza anidan los peores temores. El ingreso vital canario es un único pago, y agotados esos 300 o 400 euros, se acabó. Han muerto miles de personas y las quiebras brotan como setas venenosas, pero todavía Pedro Sánchez es incapaz de responder si permitirá que el superávit que Comunidades autónomas y ayuntamientos tienen en los bancos (y que en las Islas, sumados los recursos de los cabildos, superan los 3.200 millones de euros) podrá ser rescatados y no serán incautados -en la práctica- por el Gobierno central. Es un silencio disparatado, cruel, cobardica. Insoportable. El mismo silencio estafador que se guardará hasta julio para anunciar a continuación que no se abonarán las pagas extra de verano, y eso a la espera de otro anuncio: la rebaja de las pensiones y los salarios de los funcionarios. Entre un 10 y un 15%, señalan los economistas que no pertenecen a ningún aparato propagandístico. Las administraciones están previendo las tensiones de cajas con créditos extraordinarios

En todas las películas apocalípticas un meatintas se acerca al presidente de Estados Unidos y le dice seriamente: "El pueblo americano tiene derecho a saber la verdad". El presidente, por supuesto, asiente, e inmediatamente llama a las cámaras de televisión para grabar un emocionante discurso en el despacho oval. No pide uno tanto realismo hollywoodense, pero sí algo más de honradez política y transparencia económica. Algo más, por ejemplo, que la repulsiva pantomima del presidente del Cabildo de Tenerife, que presenta como "plan de reactivación dotado con 152 millones de euros" lo que no es más que una restructuración de sus presupuestos. Dígame, ¿usted cree, sinceramente, que somos tan entusiásticamente idiotas?