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ESCRITOS ANTIVÍRICOS

El encerado forzoso

A veces, cuando el encerrado forzoso se pone a escribir uno de sus Escritos Antivíricos, se equivoca al teclear y en lugar de escribir "el encerrado forzoso" escribe "el encerado forzoso". Le hace tanta gracia ese error que lleva varios días pensando que tal vez podría hacer un escrito antivírico inspirándose en esa equivocación. Y considera que, después de postergarlo, ha llegado el momento.

A la letra erre, a una humilde r, a un signo harto elemental se debe el cambio radical de significado que va de "el encerrado forzoso" a "el encerado forzoso". La primera locución se refiere a alguien que está confinado por obligación, como a todos sucede en esta cuarentena, la segunda locución se refiere a la obligación de realizar un trabajo de encerado, normalmente de muebles o de suelos, con la finalidad de protegerlos del paso del tiempo y de abrillantarlos.

Y es que la erre, aunque no es una a, o una e, o una i, o una o, o una u, aunque no tiene la trascendencia de una vocal, no es un signo tan poco relevante como a primera vista pudiera parecer. Porque, a pesar de su fundamental importancia, ¿qué es una vocal sin el apoyo de esa consonante? "Cromo" se quedaría en "como", "pregón" en "pegón" y "pero" en "peo". ¿Y qué sería del abecedario si de él se retirara la erre? No sólo sus compañeras consonantes la echarían de menos y se quedarían tristes, sino que también, y sin ir muy lejos, España se quedaría sin rey, Australia sin canguros y Francia sin república. Ni siquiera el ser de las cosas sobreviviría y la ontología desaparecería. Canarias, además, ya no sería un paraíso.

La casuística es infinita y el encerrado forzoso se abandona al sencillo juego de explorar un campo de diferencias bien abonado: no es lo mismo cantar en un coro que hacerlo en un corro, ni curar a alguien que currar a alguien, ni pirarse al ver a alguien que pirrarse por alguien. El poder de la erre se revela por doquier, en la distancia que va de mostrar un pero a mostrar un perro, de tirar del carro a tirar del caro, de subir un cero a subir un cerro. Ni siquiera es igual tener frío a tener frrrrrrío, la primera opción es fresca, la segunda, gélida y amenazante

El encerrado forzoso es un hombre meticuloso, en ocasiones incluso terco, y no se conforma, por su obviedad, con establecer la diferencia que va de "el encerrado forzoso" a "el encerado forzoso", al contrario, lo que quiere el encerrado forzoso es elaborar sobre la íntima relación que en tiempos de cuarentena se da entre ambas locuciones aparentemente tan disímiles. Porque ¿acaso el encerrado forzoso no es en esta cuarentena el actor fatalmente destinado a protagonizar un encerado forzoso?

Cuando, de manera compulsiva, se hacen cosas pendientes, incluso cuando no se hacen esas cosas pero se piensa constantemente en ellas sin hacerlas (colgar unos cuadros, pintar una pared, ordenar la biblioteca), ¿no es encerar esos muebles que se marchitan o ese suelo que languidece una labor pendiente desde tiempo inmemorial? ¿Acaso no es urgente realizar ese trabajo olvidado?

El encerrado forzoso se percata con clarividente consciencia del deterioro de la madera y empieza a sentirse forzado a un encerado forzoso. Trajina en el desván en búsqueda de ceras hasta que finalmente encuentra unos botes llenos de herrumbre. Los abre uno a uno con gran trabajo, se resisten. Algunos contienen ceras petrificadas, tal ha sido el paso del tiempo, otros, inexplicablemente, las guardan aún líquidas. Selecciona estos botes y vacía su contenido en un recipiente limpio y sin mácula de polvo. Revuelve las ceras y comprueba que ligan bien, pone un saco en el suelo para evitar mancharlo y busca una banqueta de las que se usaban para ordeñar cabras, estropeada pero no picada. Brocha en mano, el encerrado forzoso se dispone con buen humor a realizar el encerado forzoso de esa banqueta que en la madera guarda su infancia de plataneras y alpendes.

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