S i nada lo remedia, al hundimiento del PIB, a la cifra estratosférica de parados, al endeudamiento de las arcas públicas, al cero turístico, a las muertes, a los miedos... A tanta desgracia acumulativa, a tanto encadenamiento de males, se unirá hoy la evidencia de que la política no quiere ayudarnos a solucionar la vida, sino a hacerla mucho más compleja. El debate en el Congreso sobre la prórroga del estado de alarma, una cuestión de sentido común, será hoy el marco elegido para que los españoles conozcan en letra de molde (o en mayúsculas) la pérdida del sentido de la realidad. La oposición quiere experimentar sensaciones nuevas: ha convertido el estado de alarma, que es nuestra protección frente a la enfermedad, en moneda de cambio para hacer sus contorsiones partidistas. Vivimos, por tanto, un fenómeno inédito, cuya trascendencia sólo se verá en un nuevo hito electoral: una desafección a la política que podría desembocar en populismos peligrosos. La pandemia deja tras de sí un rastro de calamidades dignas de un esfuerzo ímprobo para sacar adelante a este país, algo que el resto de los mortales hemos asumido con nuestros recortes económicos, algo que parece no contemplar una mayoría significativa de representantes del pueblo. Me refiero a los comportamientos, pero también están ahí sus sueldos. En EEUU se escribió mucho sobre la victoria de Trump y el rechazo visceral de muchos de sus votantes a la élites políticas y económicas. Transcurre una época de cambios y habría que reflexionar sobre la irresponsabilidad de los políticos, capaces, sin importarles la coyuntura, de entusiasmar a la sociedad con unos pactos gemelos a los de La Moncloa para luego no ser capaces de aprobar por unanimidad una prórroga del estado de alarma. Este Gobierno muestra ufano el despliegue de medidas para proteger a los damnificados de las crisis sanitaria, pero no es suficiente. Pese a la oposición de una derecha cada vez más cortoplacista y de un nacionalismo siempre dispuesto a aprovechar cualquier resquicio, le corresponde al que está en el poder la difícil tarea de buscar el entendimiento. O al menos demostrar que lo ha querido hacer hasta el final. Pero no sería el caso de esta prórroga, que es de justicia para un país entero.