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EL ANÁLISIS

Treinta y siete grados. Viaje al fin de la noche

Louis Ferninand Celine fue un escritor maldito por la forma como escribió , por las cosas que relató, y por sus panfletos antisemíticos que lo han ubicado según algunos en la franja de la clandestinidad. Voltaire se consume hasta el papel de monaguillo cuando se conoce a Celine.

En su " viaje al fin de la noche" narra horrores cotidianos de la vida de la gran guerra, acaso más cómoda que la vida en una colonia francesa en África y tras atravesar muchas noches, el protagonista termina dirigiendo un manicomio. Llevó el alma de los hombres a su límite casi siempre en clave escalofriante.

Entre fiebres, delirios y maldiciones llega al límite de contar las pulgas y las chinches que no le dejaban dormir. Las epidemias, escribió, no cesan hasta que los microbios tienen asco de sus toxinas.

Rupturista, lírico, obsceno, llegó a una conclusión; la vida se recobra con los treinta y siete grados. Nada ajeno a cuando en el sanatorio de la Montaña Mágica, los protagonistas se dan los buenos días al tiempo que se intercambian sus temperaturas corporales. Algo así sucede ahora. Y al parecer conviviremos con algo similar al menos durante un incierto tiempo de nuestro futuro próximo.

Y aquí Celine conecta con esta crisis maldita que nos ha tocado vivir. Hay que disfrutar, se lee en su prosa delirante, agonizando hasta cascar con las arterias llenas de urea.

Tras pasar a sus personajes al otro lado de la inteligencia, como era médico, afirmó que a estos, los ricos les honran si parecen un criado y para los pobres, el médico es un ladrón. Esto ahora no está vigente. Hoy los médicos son honrados por toda la sociedad.

Sus personajes se vuelven viejos cuando han aprendido a curar su desgracia. Médicos, grados de temperatura, personas mayores ,hoy reconocemos la repetición de los actores y factores de aquellas situaciones límites en esta actualidad que nos ha tocado vivir.

Al final, la vida, en los mundos que describió, de esta manera se lee a modo de conclusión , te enseña la cantidad de cautela, crueldad y malicia que se exige para mantener la temperatura a 37º.

Esa aventura personal, indeseable, es un trasunto de lo que nos ha sucedido como colectivo, cuando esta pandemia en todo el mundo ha puesto a contribución todos nuestros recursos materiales, humanos y espirituales para mantener a nuestros ciudadanos con 37º. Lo suyo fue una aventura individual pero lo nuestro es una pesadilla colectiva.

Todo aspira en su relato, al final de la noche, hora indecisa cuanto el diablo ajusta sus cuentas. Al protagonista no le quedó música suficiente dentro para hacer bailar a la vida.

Cuando volvamos a la vida que es la nuestra, a nuestra sociedad herida y superadora , a los bares , a las escuelas y a los estadios, habrá música para vivir pero seguro que persistirá otra epidemia, la de los pobres y aún peor los niños pobres. Y los emigrantes que se ahogan en pateras.

Siempre quedarán personas al final de la noche.

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