El semiinfarto parlamentario de ayer tiene como único responsable al presidente Pedro Sánchez. La centralización de todo el poder político, competencial y administrativo para gestionar la pandemia es al mismo tiempo la centralización de toda la responsabilidad. No ocurrió por casualidad, sino que fue una decisión que llevó su tiempo en La Moncloa. ¿Qué modelo de gestión elegimos? Como Sánchez y su núcleo duro mantienen con sus socios nacionalistas - y particularmente con los independentistas catalanes - una desconfianza constructiva y masoquista, y el Ministro de Sanidad es un cascarón vacío que hubiera sido arrollado sin una centralización inmediata e incontestable, se eligió asumir las riendas y la información en un puño, contando, además, con el casi automático apoyo incondicional que suelen conseguir los gobiernos en situaciones de catástrofe. Lo que ocurrió es que Sánchez le cogió gusto a esta autocracia sobrevenida que, en efecto, debía enfrentarse a una situación espantosa, pero que también ofrecía oportunidades para galvanizar un liderazgo y renovar su sistema propagandístico. Ruedas de prensa diarias, monólogos sabatinos, anuncios de bienaventuranzas, muchos uniformes con medallas y fajines, incontables campañas publicitarias, lenguaje militarizado, alusiones a los compatriotas, un palabro que en sus clases de teoría del populismo Pablo Iglesias quería quitarle a la derecha y que el jefe del Gobierno le ha quitado a Pablo Iglesias. Durante casi dos meses Sánchez ha tarareado la canción de Molotov: "Dame, dame, dame todo el power/para que te demos en la madre".

Lo que ocurrió ayer es una corrección propia de una democracia parlamentaria, aunque el chaparrón de insultos, advertencias, mamarrachadas, profecías gore y estupideces grandilocuentes lo disimulara. Es tan torpe Casado que se quedó solo. Ni siquiera pudo parecer un lazarillo de Vox: los fachas insinuaron una moción de censura, joder, cómo no se me había ocurrido. Para conseguir el respaldo a la renovación que se solicita, el Gobierno ha negociado cambios en el modelo de gestión: a ver si cumple. Si no es así lo tiene crudo dentro de quince días. Lo que no cambiará es la relación de poder. El Gobierno sigue y sobrevivirá a este año, por supuesto, con los presupuestos de Cristóbal Montoro prorrogados hasta el fin del mundo, agarrado Sánchez al desastre económico para no caerse como el boxeador sonado se agarra a su propia sombra. El momento de las elecciones españolas lo decidirán las elecciones catalanas.

No hay mucho más. Nadie tiene puñetera idea de cómo el Gobierno podrá seguir pagando los ERTES, el subsidio de desempleo y las pensiones, implementar una renta de supervivencia, mantener las ayudas y las bonificaciones fiscales, facilitar periódicas inyecciones de liquidez a las comunidades autonómicas sin ningún sacrificio o reforma de las propias administraciones públicas. Hace dos o tres semanas a algún iván se le ocurrió, como una nueva patochada para enriquecer el Nodo, resucitar los pactos de La Moncloa: puro bocachanclismo. Ese chico de los recados del PP exigió que la tontería se convirtiese en comisión parlamentaria y Sánchez accedió gustoso: otra cuerda para que se ahorque Casado. Así que todos sentados, alarmados pero desescalados, esperando tranquilamente, entre muerto y muerto, que ya no quede un maldito euro ni un pagaré convertible, y el último que coma que apague la luz.