La Provincia - Diario de Las Palmas

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EN VOZ ALTA

Números rojos

Y Dios dijo al hombre "por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás." (Génesis, Cap. 3).

Desde el principio de los tiempos el trabajo fue aplicado como un castigo. No en vano, etimológicamente la palabra "trabajo" es un derivado del latín tripalium y hace referencia a un artilugio de tres palos, dos de ellos cruzados en forma de equis y otro vertical que se utilizaba como instrumento de tortura para atormentar a los presos.

Somos los pobladores del siglo 21; el resumen de la historia hasta nuestros días. Pero nada, como si oyéramos llover. Generación tras generación continuamos viviendo de manera tal que parece que verdaderamente hemos quedado marcados para siempre por aquel dictado divino que alguien, hábilmente, incrustó en nuestra conciencia para que, con el pasar de los años renovásemos sin rechistar las nuevas versiones del tormento original, sin cuestionarnos siquiera porqué tenemos que pagar por trabajar.

Es cierto que para vivir en una sociedad solidaria todos debemos contribuir a mantener el Estado. Pero un Estado minimalista y justo. No el estado del bienestar, ese teatrillo por el cual que autorizamos a los gobiernos para ejecutar una supuesta "mejor redistribución de los recursos" que no son otros que aquellos que resultan del esfuerzo de quienes tienen un empleo. La pregunta es ¿esa participación solidaria no autorizada sino obligada, debería seguir obteniéndose mediante la imposición de una pena fiscal al fruto del esfuerzo por el trabajo?

Como librepensadores supongamos que aceptamos ese modelo de "filosofía impositiva"; la pregunta no desaparece: ¿Por qué es el trabajo y el fruto del esfuerzo lo que se grava? Las personas que en la actualidad tienen un empleo o desarrollan una actividad autónoma, en la mayoría de los casos lo hacen para ganarse la vida, no por placer. Sin embargo, es precisamente a esas personas a las que se les exigen los mayores esfuerzos en la participación del mantenimiento de este sistema injusto e insufrible.

En estos días de pandemia, cuando la crisis económica empieza a proyectar peligrosamente su sombra sobre el sufrimiento y el dolor de la crisis sanitaria, hemos empezado a escuchar propuestas, promesas, proyectos, planes? de las administraciones central y autonómicas cuyo objetivo, en una suerte de números rojos, es desarrollar literalmente, "una estrategia común para afrontar y salir de la profunda crisis económica y social que se avecina tras una pandemia que representa ya la mayor amenaza de salud pública que jamás hayamos vivido". Medidas que sin duda serán bienvenidas, toda vez que paralelamente concluyamos con el fracaso del sistema actual de gestión por el que se justifican precisamente estas medidas.

Pero subterfugiadamente el mensaje que se está reactivando en el subconsciente colectivo es lo bondadoso y necesario que es papá Estado en todos los niveles de su Administración, que no nos abandona nunca y está para protegernos, otorgándonos mediante las acciones de los políticos, indestructibles escudos contra el miedo ciudadano, estas ayudas que, por otra parte, no son otra cosa que nuestro propio dinero que con el tiempo, deberemos volver a reponer con nuevos impuestos.

En 'La Filosofía Narrativa de la Mentira, la Metáfora y el Simulacro' Nietzsche decía: "a veces necesitamos la ceguera y debemos permitir que ciertos errores y artículos de fe permanezcan intactos en nosotros mientras nos mantengan en vida.". En esta ocasión, con el máximo de los respetos y el mínimo de pretensiones quiero oponerme al insigne filósofo alemán: ¡Ha llegado el momento de plantear un cambio de modelo de gestión, y de llevarlo a cabo! ¡No caben más errores!.

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