En los Fragmentos de Novalis, hay uno que dice así: "el acto filosófico auténtico es el suicidio". Dicho de otro modo, y aplicándolo al presente, María José Guerra Palmero, la yaexconsejera del Gobierno de Canarias, ha dejado el puesto por ser filósofa, por dar veracidad al aserto del poeta alemán. El lugar del pensador, desde luego, no está en la vorágine política, la discusión ideológica y, menos aún, en la gestión. Quizás este haya sido su principal error. En estos días, cuando las incertidumbres nos ahogan, la pretensión de mantener a raya, en perfecto orden, uno de los sectores básicos de la sociedad, como lo es la Educación, requiere de unas virtudes que, siento decirlo, no son las del gremio filosófico. Se necesita determinación, acción inmediata y capacidad de ejecución, tanto como anticipación y fuerza e inteligencia para la búsqueda del consenso. Una serie de atributos que, raramente, se encuentra en la figura del pensador. Un intelectual debe entregarse a la duda constante, a la alerta y la denuncia de la quiebra de lo real. Por más que busque certezas, su domicilio es la inquietud, el desasosiego, y no por él, sino a pesar de él. Antes que lo personal, la conformidad con lo habitual, debe entender su importante labor como vocero de lo no resuelto, de lo que lo espera una respuesta. Recuérdese el ejemplo de Diógenes el Cínico y su linterna encendida a plena luz del día. En segundo lugar, el filósofo actúa bajo un estricto código moral y, como ha sentenciado Joan Carles Mélich, "en toda moral opera una lógica de la crueldad". Y bien que se ha enterado la profesora Guerra de esto último. Todavía resuenan en mi cabeza las palabras de "desconcierto" de nuestra protagonista por la dimisión de personas muy cercanas a su equipo. Mal calibró lo que le depararía la experiencia política. Y, por encima de todo, el mismo conocimiento de la historia de la filosofía acaso le debería haber hecho recapacitar bastante antes, cuando el final ni siquiera se barruntaba. Platón jamás dejó de ambicionar el cambio social y político y se comprometió con sus ideales hasta el punto de caer bajo las cadenas de la ignorancia y la intolerancia. Literalmente, fue apresado, hecho esclavo y posteriormente vendido en pública subasta. Por fortuna, le llegó la manumisión y recobró la ansiada libertad. Pero, a partir de la dura suerte corrida, no cejó en su proyecto intelectual de definir al 'hombre político', al que dedicó obras que hoy son contempladas como clásicos universales. Quédele el consuelo a la señora Guerra de haber merecido un designio infinitamente mejor que el del griego. Ella, como Sócrates, ha tenido en su mano la última decisión.