La Provincia - Diario de Las Palmas

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Recobrando a Maslow

Regresan las colas del hambre. Sin duda, la escena más indigna que retrata a un país. La situación recuerda a la sufrida en la crisis financiera de 2008, si bien lleva camino de acabar siendo bastante más catastrófica. Cabría esperar una respuesta inmediata a lo que era previsible, pero la burocracia sigue campando a sus anchas, ajena a la emergencia social que vivimos. Es llamativo que aún estemos peleándonos por lo que sufrieron nuestros abuelos y, sin embargo, tardemos en reaccionar ante el drama que empiezan a sufrir millones de españoles. Y es que, al margen de echar más leña al fuego en un clima de constante confrontación social, ni gobierno ni oposición ofrecen muestra alguna de su capacidad para afrontar la que se nos viene encima. No hay duda de que Tony Judt tenía razón: políticamente, la nuestra es una época de pigmeos. Es lo que tenemos.

Por mal que nos pese a muchos, la pandemia ha demostrado que nuestro sistema sanitario no estaba para bromas. Cierto es que el mal no solo era estructural -que lo era-, sino además agravado por la respuesta tardía de los responsables sanitarios que, dicho sea de paso, son de todos los colores. Aprendemos a golpe de muertos. Por cierto, una cifra que se ha vuelto tan volátil como los índices bursátiles. Dinero, señores, no hay otra que destinar un presupuesto que habrá que detraer del circo y jolgorio que tanto gusta al españolito de a pie. Pero, si el sistema sanitario se las ha visto y deseado para afrontar unas semanas de sufrimientos -ojo, apenas ha sido eso hasta el momento-, veremos cómo responden los mecanismos de protección social para quienes van cayendo en el camino. Porque, si mal estaba la sanidad, peor andamos en estas lides.

Llegamos debilitados a la nueva crisis económica. Cuando menos, bastante más de lo que nos encontrábamos al inicio del desastre financiero del año 2008. Una cuarta parte de la población -más de 12 millones de españoles- ya se encontraba en riesgo de pobreza o exclusión social antes de iniciarse la pandemia. Cierto es que la situación había mejorado en los últimos años, pero seguíamos alejados de las cifras previas al caos que produjo la caída de Lehman Brothers. Las tasas de desempleo, obviamente, presentan una evolución similar. Nunca llegamos a recuperar ese promedio anual del 11% que se registraba al inicio del cataclismo, por más que incluso habíamos llegado a reducir esta lacra a cifras de un solo dígito. Ahora nos toca lidiar el caos con un paro del 14% que, a juicio del gobierno, podrá rozar ya el 20% al término de este año. De ahí partimos.

El panorama exige claridad y, sin embargo, se percibe cierto grado de desconexión entre el gobierno y la realidad. Nada extraño en un país en el que el aparato demoscópico oficial tiene a ofrecer una visión exageradamente mejorada de la realidad. Por extraño que parezca, el barómetro gubernamental nos presenta otra España con la que es difícil identificarse. El hecho de que cuatro millones de españoles se encuentren inmersos en un ERTE, vean reducidos sus ingresos en más de un 30% y teman por la estabilidad de sus empleos, no parece repercutir en la opinión pública. Al menos eso dicen desde el CIS del fiel Tezanos. En marzo, solo cuatro de cada diez españoles consideraba entonces que su situación económica personal era buena o muy buena. En el barómetro de mayo, un 70% cree que sus finanzas son favorables. Algo así como aceptar que la pandemia está mejorando nuestra economía personal. Incomprensible, pero los españoles somos muy crédulos. Tal vez demasiado.

En este afán por ofrecernos una visión más benigna de la que vivimos, ahora toca hacer alarde de resiliencia entonando ese "Salimos más fuertes" que viene a sustituir el "Unidos podemos" anterior. Tanta propaganda suena a broma. Eso sí, una broma de mal gusto que define la lejanía de Moncloa respecto a lo que sucede en la calle. Podrá tener impacto entre quienes no sufran la pérdida de necesidades básicas, pero es ofensivo para los millones de españoles que debutarán -o profundizarán- en la pobreza. Puro marketing en tiempos de sufrimientos.

Han olvidado a Maslow y a su acertada jerarquía de las necesidades humanas. Mientras el discurso político se dirige a las necesidades de rango superior -como la eliminación de prejuicios, la solidaridad o el respeto mutuo-, millones de españoles no ven cubiertas necesidades primarias tan básicas como la alimentación. Esas que el CIS no suele incluir en sus inútiles consultas. No estaría de más que, aunque solo fuera por un tiempo, abandonáramos las rencillas ideológicas y asumiéramos una prioridad común: asegurar las necesidades humanas. Antes de que aparecieran socialdemócratas, liberales, o toda esa estirpe de radicales reconvertidos en demócratas de última hornada, el ser humano ya se regía por esas prioridades. Cosas más básicas, sí, pero también más vitales que las ideologías. Y eso es lo que ahora anda en juego.

Si la nueva normalidad incluye el hambre, apenas será un simple eufemismo para referirse a un modo aberrante de vida. Y, mientras duele vivir, ellos agitando a las masas. Mal rayo les parta.

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