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PAPEL VEGETAL

Una China que se siente cada vez más fuerte

Ha tardado el Gobierno de Pekín más tiempo que el que muchos creían en que se le agotase la paciencia y decidiese actuar con la máxima dureza contra los rebeldes de la antigua colonia británica de Hong Kong.

El Partido Comunista Chino ha conseguido del Congreso nacional la aprobación de una ley de seguridad que permita perseguir en Hong Kong, pese al estatuto especial de ese territorio, a cualquier ciudadano al que las autoridades consideren enemigo del Estado.

Tras veintitrés años de trato de excepción bajo el lema de "un país, dos sistemas", que reconocía el derecho al autogobierno de Hong Kong, Pekín ha dado un golpe en la mesa.

La China del presidente Xi Jinping se siente más fuerte y segura de sí misma que nunca y ha querido aprovechar la confusión creada en todo el mundo por la pandemia del coronavirus para cambiar las reglas del juego en Hong Kong.

Y ello pese a que parecía últimamente que el movimiento de protesta, protagonizado sobre todo por las jóvenes generaciones de la isla, había perdido fuelle.

China acusa a Estados Unidos y a sus socios del grupo conocido como los Cinco Ojos (entre ellos Australia y Reino Unido) de intentar desestabilizar a la antigua colonia, fomentando el nacionalismo hongkonés.

La ley de seguridad nacional parece un adelanto de lo que será la nueva política exterior de ese país en un contexto internacional dominado por la desconfianza y el peligro de estallido de una nueva guerra fría.

Con esa nueva ley, China se arriesga a ver peligrar el papel de Hong Kong como centro internacional de finanzas y puerto libre para las exportaciones de la China continental, aunque las autoridades comunistas aseguran que se garantizarán los derechos de los inversores.

En un nuevo capítulo de la guerra fría entre las mayores potencias económicas del mundo, Washington sigue acusando, por otro lado, a Pekín de responsabilidad en la difusión del Covid-19 por haber ocultado durante demasiado tiempo el brote epidémico en Wuhan y no sería de extrañar que se decidiese a exigir incluso reparaciones.

La Casa Blanca ha elogiado, por el contrario, la eficaz respuesta de Taiwán frente al coronavirus e intentó que esa isla, reivindicada por Pekín como parte del territorio nacional, participase en la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud mientras amenazaba con abandonar ese organismo, al que Trump considera una "una marioneta de China".

Al mismo tiempo, el Gobierno estadounidense no ha dejado de aumentar sus presiones sobre China, reforzando militarmente a los nacionalistas de Taiwán con la venta de todo tipo de material de defensa: desde cazas F-16 o carros de combate Abrams hasta misiles antiaéreos Sting y torpedos para submarinos.

Incluso se habla de la posibilidad de que EEUU realice ejercicios militares conjuntos con Taiwán, lo que, a ojos del Gobierno de Pekín, equivale a subir un escalón más en la provocación. La situación en el mar del sur de China es cada vez más explosiva.

La disputa del Gobierno de Trump con China ha entrado también en la próxima campaña electoral norteamericana, que promete ser tan sucia como la anterior, que dio la victoria al republicano frente a la demócrata Hillary Clinton .

Si los demócratas acusaron entonces al Kremlin y a sus hackers de estar tras la victoria de Trump, éste acusa ahora a Pekín de desear sólo que su rival, Joe Biden, gane las próximas presidenciales para "seguir aprovechándose de EEUU" como hicieron, según él, los chinos hasta su llegada a la Casa Blanca. Todo menos reconocer sus propios fracasos.

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