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Papel vegetal

La calle es mía

Muchos recordarán aquel "la calle es mía" que pronunció, a raíz de unas manifestaciones obreras con varios muertos en Vitoria, poco después de morir Franco, el ministro de Gobernación de Arias Navarro y fundador de Alianza Popular, Manuel Fraga.

Es lo que debió de pensar también, al otro lado del Atlántico, el presidente Donald Trump al enviar la pasada semana a la Guardia Nacional, ataviada como si estuviese en la guerra de Irak, a limpiar la calle de manifestantes y despejarle el camino para poder hacerse una foto, Biblia en mano, ante una iglesia próxima a la Casa Blanca.

De ahí que el Presidente tachara de "blandos" a los gobernadores de algunos Estados por no "dominar" la calle después de que se produjeran saqueos ajenos a los miles de jóvenes que protestaban pacíficamente por un nuevo caso flagrante de violencia policial y amenazara con enviar allí al Ejército .

No para que los militares se enfrentaran a un enemigo exterior, como establece la Constitución, sino para reprimir a sus compatriotas. Algo que sólo ocurre en las dictaduras como esa China de la que tanto ahora parece que abomina.

La situación en EEUU se ha tornado en efecto explosiva por una vieja y fatal combinación de racismo y brutalidad policial, irresponsablemente alimentados desde su llegada a la Casa Blanca por ese individuo al que muchos califican ya abiertamente de "fascista".

La población negra norteamericana ha querido decir por fin "basta" tras la muerte de uno de sus congéneres, asfixiado cruelmente mientras se encontraba esposado y tendido en el suelo por la rodilla de un policía blanco .

Y lo ha dicho en un momento en el que a la desigualdad, el desempleo y la opresión racial se suman los efectos de la pandemia del coronavirus, que se está cebando de modo especial en las minorías y los pobres.

Minorías que no sólo están estos días en primera línea en sus puestos de trabajo, si es que tienen la suerte de tenerlo, sino que son también los primeros en padecer la inexistencia de una cobertura sanitaria universal como la que proponía el aspirante demócrata a la Casa Blanca Bernie Sanders y rechaza - no lo olvidemos- su correligionario Joe Biden.

Lejos de intentar calmar los ánimos y unir a un país desde hace tiempo dividido racialmente, Trump ha vuelto a hacer lo que más le gusta y mejor sabe: echar más leña al fuego porque piensa que la polarización sólo puede beneficiarle con vistas a las próximas elecciones.

Pero es posible que haya calculado mal, a juzgar al menos por las reacciones a su amenaza de utilizar al Ejército por parte de algunos jefes y ex jefes militares e incluso de su propio ministro de Defensa, que no creen que las Fuerzas Armadas estén para reprimir a quienes protestan contra un status quo que consideran discriminatorio y profundamente injusto.

Una situación que dura ya demasiado tiempo y que reflejan mejor que nada las estadísticas: se calcula, en efecto, que entre 1.000 y 1.300 personas, en su mayoría de las minorías étnicas, sobre todo la afroamericana, mueren al año a consecuencia de la violencia policial.

Según la ONG Campaign Zero, si desde comienzos del año 2013 hasta mediados del 2016 fallecieron en torno a 4.000 norteamericanos a manos de la policía, sólo en 86 casos se llegó a una acusación formal y únicamente en seis, a una condena.

Los policías acusados de abusos gozan en muchos Estados de la Unión de privilegios en los interrogatorios que no tiene ningún civil como el de conocer de antemano las preguntas que van a hacérseles o muchos datos de los querellantes para preparar mejor su defensa.

El propio jefe del sindicato de la policía de Minneapolis, donde se produjo el asesinato en plena calle del afroamericano George Floyd, ha sido acusado varias veces de excesos contra los detenidos, lo que, lejos de perjudicarle, le benefició en las últimas elecciones sindicales: logró un 70 por ciento de los votos.

La actitud de la ciudadanía norteamericana frente a la violencia y el racismo en la policía y en la sociedad en general jugará sin duda un papel crucial en las presidenciales del próximo mes de noviembre.

Trump parece haber hecho ya su apuesta: ante el desplome económico por la pandemia se ha quedado sin su único triunfo y trata de presentarse ahora como el presidente de la ley y el orden, para lo cual le interesa seguir polarizando al país.

Los demócratas tienen por delante un reto difícil: su candidato, Joe Biden, que ha sido siempre el del establishment del partido, no convence sobre todo a los jóvenes que ahora tan masivamente se manifiestan estos días en todo el país.

Ésos habrían preferido sin duda al socialdemócrata Bernie Sanders, que habría supuesto un auténtico vuelco. La cuestión será si la deriva autoritaria, por no decir tiránica, de Trump, será suficiente para disuadir a millones de blancos que la última vez le votaron entusiasmados y puedan reconocer ahora que se equivocaron.

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