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Tabaco y tuberculosis

Fisher quizás haya sido el científico que más influyó en la estadística. Sigue la tradición iniciada por Galton, quien estudió la herencia de caracteres cuantitativos, como la inteligencia o la altura. Se le ocurrió agrupar guisantes por tamaño, plantarlos en parcelas diferentes y comparar la media del diámetro de los hijos con la de los padres. Para hacerlo colocó las de los padres en el eje de las X y en el de las Y las de los hijos. Inventó la correlación: el tamaño de los padres se parecía al de los hijos. Y la regresión a la media, los padres pequeños tienen de media hijos más grandes, y lo contrario. Fisher fue más allá: interesado en la causación, instituyó la regla que hoy empleamos para decidir si, estadísticamente, dos variables están relacionadas. Rompía con eso el imperio del determinismo. Hasta entonces, impuesto por Koch tras haber descubierto el bacilo de la tuberculosis, una causa lo era solo si siempre se encontraba allí cuando ocurría la consecuencia, y nunca si no lo estaba: necesaria y suficiente. Pero cómo saber si es eficaz el abono cuando el crecimiento de las plantas es tan desigual y tan afectado por múltiples factores. Fisher midió la media de crecimiento en dos campos, con y sin abono, y las comparó mediante un modelo estadístico y una regla de decisión que hoy empleamos. Ya no decimos que el abono causó el mayor crecimiento, sino que hay una probabilidad del 5% de equivocarse cuando afirmamos que el abono fue la causa. Así para casi todo el conocimiento científico de hoy día.

La contribución de Fisher más conocida quizás haya sido esa, pero las más importantes tuvieron que ver con su modelo para examinar la evolución de las especies. Y las más curiosas, sus hipótesis sobre la influencia genética en las apetencias. Afirmaba, cuando ya se había demostrado estadísticamente que el tabaco era la causa del cáncer de pulmón, que los científicos, los estadísticos que habían confirmado esa relación, se equivocaban porque había un factor no examinado que era la causa de esa asociación: una mutación genética que producía el cáncer de pulmón. Células que al manifestar su mutación influían en la personalidad de manera que lo hacían adicto al tabaco. El error sería semejante al que se cometería si se atribuyera a los dedos amarillentos de nicotina la causa del cáncer, cuando es el tabaco el que los tiñe y a la vez causa el cáncer. Fisher no negaba la asociación, la correlación que su maestro había descrito, sí la causación. No aceptaba los criterios de otro estadístico, Bradford Hill, para distinguir una de otra.

La historia de la causación se entrelaza en la tuberculosis y el tabaco. La primera sentó las bases para la definición de causa en el albor de la medicina científica. El tabaco obligó a modificarlo porque en biología hay múltiples causas y pocas son necesarias y suficientes. Bradford Hill se encontró con ese dilema: los médicos fumadores tenían más cáncer que los no fumadores, pero ¿era eso la causa o simplemente una correlación; o la manifestación de otro factor que causaba ambos? No bastaba con la sólida asociación estadística, había que completarlo con otros criterios. El más importante, demostrar que la causa precede al efecto: ¿tenían ya cáncer cuando empezaron a fumar y era éste el que los encadenaba al tabaco? Además, había que explicar cómo el tabaco produce el cáncer y repetir el estudio en otras poblaciones y tiempos para confirmarlo.

En el final de XIX y principios del XX, cuando la tuberculosis hacía estragos, sobre todo en los pobres, que eran muchos, los escritores se ocuparon de describir el efecto de la enfermedad en los burgueses e intelectuales. En ellos, mejor alimentados y más protegidos, la enfermedad podía ser lenta. El mejor ejemplo, "La montaña mágica". Ahí se describe cómo la enfermedad va modificando la personalidad, cómo se establece una relación de convivencia no agresiva, incluso amable, entre el enfermo y el bacilo, como si ser tuberculoso fuera una forma de ser, no por la necesaria adaptación a la enfermedad, sino por la enfermedad misma, como si esa personalidad aún no manifiesta cristalizara cuando el bacilo consiguiera anidar en sus entrañas. Una personalidad soñadora, romántica, quizás inquisitiva, con un gusto por ver pasar el tiempo y por la observación. O como si el bacilo, perezoso y a la vez penetrante, mientras lentamente destruye el organismo, hiciera que ese tejido ahora distinto influyera en el cerebro, en la mente. Así lo hace la nicotina, que actúa como neurotransmisor, una droga perfecta. El fumador está felizmente encadenado a la nicotina que tanto bien le produce: estabiliza su humor, amortigua los cambios que producen las circunstancias, estimula cuando se está cansado, tranquiliza cuando se está nervioso y mejora la alerta y la atención. La convivencia con el fumador es más fácil si se tolera el humo. La droga ideal, la que quisiéramos diseñar. Pero demasiadas veces mata.

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