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Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

El confinamiento de Néstor

Ya sé que no casa bien con la pandemia sacar a colación un asunto relacionado con la cultura que no tiene nada que ver con lo digital o vírico, que es la que explosionó durante el encierro por el Covid 19. Pero así y todo voy a escribir del confinamiento de la obra del pintor Néstor, que es anterior al coronavirus, y que se decretó en paralelo con el cierre del Hotel Santa Catalina, el Julio Navarro y el Pueblo Canario. Estos espacios del complejo neocanario de Ciudad Jardín han sido recuperados para la ciudadanía con mayor o menor fortuna arquitectónica, pero el museo del creador simbolista permanece cerrado, sin que se conozcan aún las razones exactas, o más bien técnicas, que impiden su remodelación definitiva y apertura al público. Si en una obra de estas características no se cumplen los plazos, en perjuicio del interés cultural de la sociedad, está meridianamente claro de que hay vicios en la gestión de las reformas, complicadas por el carácter patrimonial del inmueble, pero no hasta el punto de que el artista Néstor se convierta en el confinado más eterno de la historia. Lo más curioso de todo es que el Hotel y su acabado provocaron un relevante debate, lógico, por otra parte, dado su peso emblemático en la ciudad, mientras que el Museo sigue en silencio enredado en los permisos -es una hipótesis- para sus ascensores y otras innovaciones en sus tripas. Tiendo a pensar que el punto y final a este lío no parece prioritario para el Ayuntamiento capitalino o para el patronato responsable. Néstor es un artista importante para esta ciudad por dos cuestiones: primero, como referencia de libertad en lo que hoy se llama salir del armario, una condición plasmada en la estética de su obra y trenzada a su biografía, y segundo su vinculación al espacio social a través de una idea de progreso, que no pudo desarrollar al cien por cien debido a su prematura muerte. Los críticos de arte podrán enriquecer aún más al personaje. Cometemos un error al quedarnos en silencio frente a la pachorra con la que se lleva este expediente. Hasta hace bien poco disponíamos de un Museo plagado de precariedades, pero abierto al público. Ahora, sin embargo, no disponemos de nada, sólo de un edificio vacío cuya pinacoteca se encuentra embalada y a la espera de una modernización que no acaba de llegar. Visto el reluciente final de todo lo que se encuentra a su alrededor, a uno se le antoja pensar que el Museo ha caído en un tremendo absurdo.

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