Por supuesto que Pablo Iglesias y sus servicios propagandísticos han pretendido señalar, ningunear, humillar y ridiculizar a Vicente Vallés a raíz de sus informaciones y comentarios sobre lo que se ha venido a llamar el caso Dina Bousselham. El vicepresidente (segundo) Iglesias no le pidió participar en su programa para exponer sus puntos de vista ni ofreció argumentos. Le negó su condición de periodista - eso de primero insultología general- y luego soltó a su jauría infecta y descerebrada, con el compañero Echenique por delante, para intensificar el tratamiento. Eso no es, pedantuelo del tres al cuarto, criticar al poder mediático. Eso es estigmatizar a un periodista desde el poder político. Desde todo el poder político que acumula y gestiona actualmente Podemos.

Para ser sincero esto no lo inventó Iglesias. El periodismo es un bienaventurado efecto de la Ilustración y encontró su modelo de negocio, sus reglas deontológicas y sus estrategias narrativas básicas en el capitalismo decimonónico para avanzar en su misión de contar los hechos y distinguirlos de las opiniones, aprendiendo a vivir - a veces consiguiendo vivir - en la siempre inhóspita verdad. Como ha escrito Arcadi Espada, la sociedad eligió el periodismo para defenderse del poder - de cualquier poder - pero el poder demasiado a menudo lo ha institucionalizado y transformado en un arma para defenderse de la sociedad. Lo que ocurre ahora es que el poder político le ha perdido todo respeto a la profesión y a los profesionales. Con los presupuestos públicos y las redes sociales en sus manos, en un contexto de crisis agonizante de los medios de comunicación, y especialmente de los periódicos, el mandamás político cree que puede interferir y puede embestir y lo hace impunemente entre sonrisitas. Insulta y escupe tú, que a mí me da risa. Y no, no es solo una praxis de derechas. Es peor aún entre las izquierdas. ¿Por qué? Ah, en efecto, lo han averiguado. Porque los de izquierdas son buenos. Tienen un superávit moral inagotable. Aun cuando la izquierda gobierna y tenga el Estado en los bolsillos siempre, siempre representa el anhelado objeto de macabras conjuras y conspiraciones. Y los que no se adhieren a la defensa de la causa merecen ser puestos en su sitio.

Por poner un ejemplo próximo, a mí me ocurrió algo parecido recientemente con un señor que se llama José Antonio Valbuena y que se posa diariamente en la Consejería de Transición Ecológica del Gobierno de Canarias A un servidor le pareció (digamos) contradictoria la posición de Valbuena sobre el proyecto del hotel de La Tejita cuando ejercía como consejero de Medio Ambiente del Cabildo hace pocos años - era irreprochable - y su posición actual. Se me antojó ligeramente cínico que afirmase, buscando el aplausito fácil de su grupo parlamentario, que con un Gobierno autonómico socialista en 2018 el hotel no hubiera comenzado a construirse. Al señor Valbuena no le gustó lo que escribí, pero no quiso argumentar nada: al día siguiente, en la continuación del pleno parlamentario, comenzó a expectorar tuits calificándome como cronista parlamentario de CC. Enseguida se le unió su leal tropilla. Que un señor se pase ocho años cogobernando con Coalición Canaria lo que se le ocurra para desprestigiar a un periodista es llamarlo cronista de Coalición Canaria habla elocuentemente de sus amplios recursos éticos y estéticos.

Es simplemente se trata de recuperar la censura a través del descrédito político, ideológico o personal del elegido para el silencio. Tienen muchas posibilidades de ganar y transmutar la crítica en una turbia sospecha o la discrepancia en lepra moral. Pero lo llevan claro si creen que les saldrá gratis.