Después del grotesco intercambio de insultos entre José Alberto Díaz y Santiago Pérez en el último pleno de La Laguna- la intervención del primero fue casi incomprensible y la del segundo más que insoportable - la concejal de CC Candelaria Díaz Cazorla pidió la palabra y exigió que acabase ya la payasada. A mí ya no me espantan los titulares entre creativos y recreativos de ciertos medios de comunicación y, por supuesto, Candelaria Díaz no se "desmarcó de la corrupción de Clavijo y Díaz". Hizo algo que ningún dirigente de CC ha hecho: defender el respeto que merecen los votantes de Coalición Canaria, la decencia de sus militantes, la honorabilidad de la inmensa mayoría de sus cargos públicos. Cierta izquierda ha elegido el camino de criminalizar a CC, de reducirla a una piojosa organización delictiva empecinada en el latrocinio, la destrucción del país y la infelicidad de la gente. Es necesaria insistir hasta la náusea en esa descripción para poder legitimar su liquidación política. No basta con que no gobiernen ahora: no deben gobernar nunca más. El objetivo no es ganarle las elecciones al adversario político, sino aniquilarle y usar su cráneo como copa para beber tus eslóganes. Y no solo se puede utilizar la judicialización del mercado político para hacerlo: más importante, a largo plazo, es ganar la batalla del lenguaje.

Yo jamás he visto insultar tan profusa y miserablemente como en los plenos del ayuntamiento de La Laguna del mandato pasado. Jamás. Era un muladar de injurias. En un solo pleno municipal lagunero se insultaba más que en todas las novelas de James Ellroy. Al alcalde y los concejales, a asociaciones vecinales real o pretendidamente coalicioneras, a cargos públicos nacionalistas de otras administraciones, al personal eventual, a los socios políticos de José Alberto Díaz (y el PSOE lo fue hasta ocho meses antes de las elecciones). A mí, oh, modestamente. Se insultaba incluso a la teniente de alcalde por un concejal zancandil que lanzaba risitas alitósicas al hacerlo. Todo este esfuerzo en el ultraje - con excusas o sin ellas - era necesario. Primero para no reconocer en ningún momento a CC como interlocutor político. Y segundo para que los medios de comunicación que les eran afectos repitieran los dicterios en el revuelo de un escándalo mantenido con toda la fuerza de sus pulmones: corruptos, mentirosos, ladrones mamporreros, canallas, vendidos, enchufados, miserables. Una y otra y otra vez. Ese y no otro era, básicamente, su programa político común, como se ha evidenciado después de un año ni fú ni fá en el poder.

Candelaria Díaz Cazorla representa lo mejor de CC en La Laguna y su exigencia de respeto hacia su partido y a sus miles de compañeros dentro y fuera de Tenerife, precisamente, lo demuestran de nuevo. Compromiso, trabajo, compañerismo, honradez y la convicción profunda de que la política o se asume como un instrumento para mejorar la vida cotidiana de la gente o no es sino la vomitona egomaníaca de quien cree que cambió la Historia y no se ha deshecho de su pedantería. Trabaja en su empresa, es ciudadana a tiempo completo y concejal como un acto de servicio, sabe de números y de las calles de Taco y La Cuestan bajo una crisis económica brutal, y al mismo tiempo no puede aguantar la carcajada cuando descubre la levitación de algunos totufos que llegan inexplicablemente a los despachos del poder. Cuando Candelaria ríe se aprecia claramente que es una persona libre que conoce el sabor de la felicidad. Y eso a algunos les parece peligroso.