La Provincia - Diario de Las Palmas

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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Somos otras personas

Hoy me han tomado la temperatura como cuatro veces, y es verdad que impone: uno se queda parado frente a la pistola que apunta a la frente, con la respiración algo agitada, temeroso de que le digan que tiene unas décimas. En la escatología de la pandemia, tal veredicto equivale mentalmente a quedar en evidencia ante el resto de los clientes del supermercado, a ser transportado velozmente en una ambulancia al hospital mientras fijas la vista sobre lo que encuentras en el camino. Y luego están los líquidos. No todos tienen una solidez similar. Hay lugares donde te reclaman el lavado de manos y el contenido cae en las palmas como una especie de ducha, cuya rociada aterriza sobre los zapatos sin compasión. Imposible exigir una responsabilidad por la falta de cuerpo (voy a llamarlo así) del desinfectante. Otros, en cambio, son casi como cremas de protección solar, cuya textura empasta y provoca cierta repugnancia porque vas dejando el rastro del producto por donde pasas. Llevé el coche a un cambio de aceite y el mecánico, con gran profesionalidad, lo desinfectó al cogerlo y al entregarlo. Pero él no tiene la culpa de las virtudes del olfato de su cliente: durante todo el día el coche olió como el baño de un quirófano, y lo peor de todo es que no sabía cuál era su procedencia. El problema es que a lo largo del día estás en un permanente túnel de lavado, donde los olores se solapan unos con otros, rivalizan con las colonias y hasta con las cremas de afeitado. En los restaurantes, lo mejor es sentarse una vez que la mesa ha sido sometida a un escrupuloso plan de higiene desde la superficie hasta la base de las patas, y sin dejar atrás las sillas. Lo digo, sobre todo, porque en caso contrario puedes acabar siendo pasto del vaporizador del camarero, cuyo entusiasmo con el gatillo se puede extender a la camisa del comensal e incluso acercarse peligrosamente a los lóbulos de las orejas como si fuese un Yves Saint Laurent. La vida no se regula tan fácilmente. De hecho, la mascarilla siempre acaba siendo el objeto predilecto del estrés: sales con prisas y la dejas colgada de un silla o de la manivela de la puerta. La nueva prenda exige un lugar identificable entre los enseres domésticos, incluso con el mismo nivel de visibilidad que la misma Termomix. El aparato para cocinar no se puede perder bajo ningún concepto. La mascarilla tampoco. Hay un día para lavarlas, las de tela, claro: todas juntas en el bombo a sesenta grados para estar disponibles para un nuevo ciclo.

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