Pablo Iglesias y su mundo han perseverado tanto en alimentar a la bestia nacionalista que esta los ha engullido en Galicia y en el País Vasco. Los socialistas puntualmente identificados con el identitarismo hasta hacerse irreconocibles no han sabido recoger los votos de la debacle podemita, por lo que la izquierda ha fracasado estrepitosamente en la nueva hoja de ruta elegida. En Galicia, sin embargo, Núñez Feijóo ha sabido aprovechar el galleguismo impulsado por Fraga, algo que prueba todo aquello que la historia ha demostrado fehacientemente: que el nacionalismo congenia tradicionalmente con la derecha mejor que con la izquierda de toda la vida, internacionalista en sus orígenes e inexplicablemente travestida en el momento actual.
A quienes votaban a las filiales de Podemos en Galicia está claro que no les cuesta apoyar ahora al BNG. El nuevo Bloque de Ana Pontón no es que haya cambiado bajo una apariencia de moderación -el mensaje que emite sigue siendo el mismo-, lo que sí ha crecido lamentablemente es el número de electores dispuestos a revalidar en las urnas las propuestas dogmáticas de la Unión do Povo Galego que en otro tiempo se rechazaban. Es innegable que el voto se ha radicalizado y la izquierda española ha conseguido que las fórmulas nacionalistas y separatistas ya no resulten inasumibles para una gran parte de la población, no solo la periférica sino para el resto de españoles que contemporizan con ellas. Es su éxito y también su fracaso.
Transigir con el nacionalismo independentista forma parte de la operación de derribo del llamado "régimen del 78". No quiero parecer cursi pero todos los días se quita una piedra de ese edificio de concordia que los españoles de distintas ideas levantaron juntos tras la etapa del franquismo. La unión hace la fuerza frente a un mismo objetivo, que en el fondo es la España con la que hemos llegado hasta aquí en unas décadas de prosperidad. Es otro rebrote de una vieja pandemia ya sufrida.
