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OBJETOS MENTALES

Imaginario de Juan Marsé

Sea la novelística que sea, una novela recrea la realidad de una sociedad en la que el escritor por azar le toca vivir. Y a Juan Marsé le toca en el último capítulo de su vida el ostracismo social por escribir en español. Un miembro relevante de la Stoa de Mar a Mar a la que me honro de pertenecer mantiene la tesis de que la inquisición nunca se extinguió, sino que se transformó. La libertad de un escritor la marca la capacidad de superar las coordenadas constrictivas que, como viajero de un mundo lingüístico posible, anota a pie de página observaciones en su cuaderno de bitácora. La ciudad de Barcelona ya no es "La ciudad de los prodigios" que alumbró Eduardo Mendoza en su obra. Ni siquiera la de "Señas de identidad", de Juan Goytisolo. Ciudad a la que abandonó por esa misma burguesía cool ciegamente entregada a las sombras que la caverna proyecta. Suelen decir los críticos literarios que Juan Marsé pertenece a la generación de los cincuenta o del medio siglo, y así pues etiquetado con este marbete, el crítico deja sin explicación tantas cosas que apenas es una mera señalización en el cosmos literario. En realidad, es un análisis taxidermista que consiste en clavar la piel de la realidad objetual novelística en el muro social, pero cuyo sujeto escapa casi completamente, si no, en su totalidad. Porque la creación no se puede explicar ni enseñar. Posiblemente porque existen límites epistémicos, abismos explicativos insalvables. A Juan Marsé lo castigaron los inquisidores eliminacionistas de la lengua española. Puede que suene a pasado inquisitorial propio de los autos de fe, pero como dice el poeta José Delli-Paoli, la inquisición ejerce su función milimétricamente. No solamente le pasó a este extraordinario novelística, sino a otros muchos. Encontraremos solución a esta pandemia actual antes que desterrar esa peste de raquitismo mental e intolerancia. A Juan Marsé le expurgaron sus libros de las bibliotecas públicas por ser un escritor en lengua española, como a Don Quijote los de la suya como remedio a su locura de leer novelas de caballería.

Lo nuevo de este siglo XXI es que el trabajo de crítico literario dejó de existir no por irrelevante sino porque la función de la literatura perdió su espíritu, y las cosas sin espíritu son polvo, vaciedad, nada. La profesión crítica murió tal y como mueren históricamente las ciudades sepultadas en el desierto, bien porque cambiaron los cursos de agua, porque las caravanas del desierto siguieron otras rutas o por las guerras. Simplemente desapareció. Parece que fue hace siglos, y sin embargo, apenas han transcurridos veinte años. Entonces, las grandes cabeceras de los periódicos del siglo XX destacaban por editar un suplemento cultural, y era de lectura devota por el interés que suscitaba por cuanto contaban entre sus profesionales figuras del pensamiento, de las ciencias y las artes. La apresurada reseña crítica actual se sabe genéticamente jibarizada, reducida a una expresión narrativa de otra narración. En la actualidad, los suplementos, salvo raras excepciones obedecen a una cuestión del fondo menos exigente. No así, afortunadamente en este periódico. Aquellos otros ofrecen la sensación de una serigrafía de un grabador que edita y repite una serie ilimitada para devenir, a término, en una representación de una máscara cuya última facialidad sorprende y representa el fin la significación, o sea, de la nada derrideana.

A mi juicio, cada una de esas generaciones, como la de Juan Marsé, forman una burbuja literaria. Un mundo tras otro mundo de autor, ingrávidos en el espacio mental que un ser meta-mental analiza. Incluso, imagino que sea el juego de una super-inteligencia artificial que extrae de esas ideaciones de ficción humana los juegos de su entretenimiento. Marsé disfruta de sus propias "Últimas tarde con Teresa".

Requiescat in pace.

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