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Piedra lunar

Los Lavaderos, finca insular de montaña

El paisaje, como la piel de la isla, tiene memoria. Cada espacio, cada accidente geográfico, cada rincón, máxime si está tasado en valores catastrales, arrastra un recuerdo social o familiar que los miembros de una comunidad rural siempre tienen en su conversación. Detrás de la expresión de un paisaje está el registro de unos bienes materiales que además de indicar quiénes son sus propietarios recogen su ubicación, dimensiones, uso y valoración a efectos de contribución al estado. Estos parámetros configuran las fincas que es donde un propietario asienta sus raíces. La finca representa la excelencia de un bien como es la tierra. Desde la antigüedad tiene relevancia económica como símbolo de riqueza y prosperidad al ser un bien destinado al trabajo para obtener una renta.

En el marco programático La cumbre vive, la presidencia del Cabildo anuncia la reparación de la finca Los Lavaderos, como parte del patrimonio insular y que aquilata una amplia historia en el municipio de Artenara, que es donde se ubica. En testamento de agosto de 1589, consta que Jerónimo González elige este espacio como asentamiento, siendo la tercera generación de colonos de esta comarca. Un siglo más tarde, en 1691, Isabel Suárez, manifiesta "Ítem mando a Ana de los Reyes el pedazo de tierras que está en la Montañeta del Lavadero que son las que comprenden el barranquillo de la Cruz y el del Lavadero todo lo que está debajo del camino real con cargo a que se me han de decir cuatro misas rezadas cada un año".

Con un salto histórico de mayor alcance, vemos como a fines del XIX la finca pasa a manos de Panchito Romero quien la lega a su hijo Bienvenido. El siguiente propietario es don Manuel Luján Sánchez quien la adquiere a mediados de la década de 1940. Este dueño, que había emigrado a Cuba y a la sazón era alcalde del municipio, lleva a cabo una profunda mejora para su explotación agraria. Durante ocho años trabaja una cuadrilla de diez obreros y peones procedentes de los barrios de Las Cuevas, Risco Caído y Barranco Hondo, al mando de los capataces Bonifacio Medina y José Díaz González, conocido como Pepito el piquero. Esta actuación implica atenuar el paro obrero en la época de posguerra. El proceso de sorriba se ejecuta de manera integral. Inicialmente se lleva a cabo la apertura de tres machos, término que designa un amplio canal para el desvío del agua del barranquillo. Paralelamente, se levantan las paredes de piedra seca de los bancales o bocados; dada su envergadura, con los años estas paredes se convierten en bienes etnográficos. Al tiempo, se procede a la apertura de un estanque en cueva en La Solana, con una capacidad que ronda las ochenta horas de agua. Está formado por tres amplios covachones, en cuya parte inferior, también en cueva, se abre una gañanía para reses vacunas. Los nacientes de agua, muy exiguos, pero bien aprovechados y situados en la parte superior de la finca, suministran agua tanto al aljibe de La Solana como a otros dos estanques. El agua almacenada se convierte en oro de la tierra para el cultivo en el duro estío cumbrero. La cuidada red de acequias desde la boca de cada estanque hace que no se pierda una gota del líquido elemento en toda su trayectoria.

Desde fines del siglo XIX se levanta una casa vivienda en la Montañeta del Lavadero que, con sus paredes en piedra y techumbre de tejas, parece una decoración del paisaje, en el marco de la arquitectura rural canaria. Posteriormente, y por cambios en la medianería, se lleva a cabo la construcción de una vivienda en cueva conocida como Casa del medianero. Con el auge del turismo rural se reconstruye la Casa del Pastor, tercera vivienda que posee la finca, en zona aledaña a la Cruz y barranquillo del Toril.

En el marco del patrimonio intangible, Los Lavaderos aporta una serie de microtopónimos como La Longuerilla; El Retamal; Camino real; El Chorrito; La Bomba del tanque; El Tanque nuevo; El Tanque viejo; El Macho; El Toril; Poceta de las Vacas; Tanque de los Orines; El Pajar; Cueva de las Papas. Además, está rodeada por la leyenda de las brujas del Toril que al anochecer hacían sus contubernios en el cruce del camino real de la Cumbre.

Fueron famosos los medianeros Juan Díaz Viera y Aurorita González, que procrearon hasta quince hijos en este ámbito territorial y por lo que les concedieron un premio nacional de natalidad. Juan Díaz era un bien amañado conocido como aperador (aperos de labranza), y Aurorita da nombre al nuevo cementerio al ser la primera persona que se entierra en el camposanto.

La finca fue vendida por los herederos de Manuel Luján al Cabildo, institución que se encarga de su renovación para que los lugareños procedan a su cultivo. Además, se podría convertir parte del aljibe en cueva en punto de información para explicar a los visitantes sus valores históricos y etnográficos, como modelo de finca en terreno abrupto. En la memoria de nuestra infancia se oyen los cantos de las ranas al atardecer.

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