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TROPEZONES

La nariz de Cleopatra

Es bien conocida la frase de Pascal: "Si la nariz de Cleopatra hubiera sido más corta, toda la faz de la tierra habría cambiado".

En la misma vena podríamos plantearnos un sinfín de situaciones con el potencial de cambiar el curso de la historia, por ejemplo: "Si Hitler hubiese culminado un año antes las investigaciones sobre la bomba atómica, ¿en qué mundo viviríamos hoy día?".

En otra encrucijada histórica, la batalla de Waterloo, fue la prudencia del mariscal Gouchy, por acatar a piñón fijo unas órdenes de Napoleón en vez de acudir en su auxilio lo que desencadenó la debacle del emperador a manos del ejército de Wellington. Como citaba Stefan Zweig en su relato de la contienda, Grouchy tuvo en su mano cambiar el signo de la batalla y el rumbo de toda la guerra, pero a la postre fue "incapaz de escuchar la voz del destino".

Pero yo quisiera detenerme en una encrucijada, a primera vista sin gran trascendencia pero cuyo desenlace podría haber supuesto un esplendoroso futuro para mi país.

Corría el año 1978, y al frente de la compañía automovilística sueca Volvo estaba Pehr Gyllenhammar, un extraordinario CEO y gran visionario de la industria. La compañía estaba en su apogeo mientras en el país limítrofe se vislumbraba un prometedor futuro en las incipientes prospecciones petrolíferas en el mar del Norte. Aprovechándose de la tradicional superioridad industrial de Suecia, y por qué no decirlo, de cierto complejo de inferioridad en dicho aspecto de Noruega respecto a su vecino, P.G. supo llevar a buen fin unas negociaciones personales con el primer ministro y el ministro de Hacienda noruegos para un ambicioso plan de colaboración en el que se contemplaba intercambiar un 40% del accionariado de Volvo por un igualmente importante paquete de las participaciones del gobierno noruego en las cuadrículas de explotación acotadas en el mar del norte. Habida cuenta de la formidable cuantía de la operación, el acuerdo hubo de someterse a la aprobación del consejo de administración de la Volvo en pleno. Pero el consejo, constituido por conservadores personajes, enamorados de sus coches y celosos de compartirlos con su pariente pobre, rechazó el prometedor intercambio.

A toro pasado es fácil lamentarse del catastrófico alcance de una decisión que por vergüenza torera se tiene medio escondida al conocimiento de la opinión pública sueca.

Noruega, merced a una intensiva explotación de los recursos del mar del norte y a una inteligente administración de los ingentes ingresos por la venta del petróleo, disfruta hoy de un fondo soberano que es incluso mayor que el de Arabia Saudí, con un valor equivalente al P.I.B. noruego de todo un año.

Las acciones de Volvo por el contrario han pasado en su totalidad a manos de los chinos, concretamente a la multinacional Geely. Y para más INRI, y también en contra de los designios de P.G., Volvo se dejó escapar otro tren en 1993, el de una potencialmente beneficiosa fusión con Renault. También en este caso por otro choque de culturas entre consejos de administración, lo que por cierto abocó a P.G. a dimitir de su cargo.

"Volvo" viene del latín ("yo hago rodar"). Por lo que creo que me van a entender perfectamente si les reprendo:"Administrationis consilium, carpe diem!"

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