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La moción de censura de Vox

La sesión del Congreso del miércoles, convocada a petición del presidente del Gobierno para explicar el acuerdo del Consejo Europeo, derivó en un debate sobre la gestión del Ejecutivo y a la postre se resume escuetamente en el anuncio hecho por Santiago Abascal de la presentación en septiembre de una moción de censura. Así va la política española. Desde que el PP perdiera la mayoría absoluta en las elecciones celebradas en junio de 2016, con esta se habrán presentado tres, a razón de una por año, contra gobiernos de diferentes partidos. En los últimos cuatro años habrán sido votadas más mociones de censura que en todo el periodo democrático anterior. Mientras, ha sido necesario adelantar en dos ocasiones las elecciones generales, una por la derrota del Gobierno en el trámite de los presupuestos y otra por el fracaso en la investidura del candidato a presidirlo. Vox se ha apresurado a dar este paso cuando el virus amenaza de nuevo y el país encara una crisis económica sin parangón en Europa ni en nuestra historia en tiempos de paz.

En España, todas las mociones de censura se han planteado en el primer año de legislatura, con la única excepción de la que supuso el relevo de Mariano Rajoy por Pedro Sánchez. La de Vox será debatida cuando la coalición de izquierdas lleve gobernando apenas unos meses en circunstancias excepcionales y resulte por ello difícil hacer un balance concluyente de su gestión. Además, está condenada de antemano al fracaso. La probabilidad de que sea aprobada es nula. Aun así, la noticia no ha provocado sorpresa alguna. Primero, porque en la política actual nada extraña. Pero, sobre todo, porque Vox ha censurado a este Gobierno desde el primer día sin descanso, impugnándolo como ilegítimo, criminal, inútil y otros muchos adjetivos reincidentes. Por tanto, la iniciativa no supone ninguna novedad en la estrategia que Vox viene manteniendo de oposición frontal al gobierno. Más bien al contrario, está en plena coherencia con su actuación. Esto no quiere decir, en todo caso, que el emplazamiento de Vox no tenga una motivación añadida, concreta y puntual.

En efecto, cabe preguntar si la maniobra de Vox está pensada en realidad para poner en aprietos al PP, como tantas veces hizo Podemos en relación con el PSOE. Los dos partidos han tenido vidas paralelas y, a pesar del abismo ideológico que media entre ambos, el parecido en su modo de hacer política es asombroso. La verdadera réplica de Podemos no es Ciudadanos, sino Vox. Sin embargo, la razón que mueve a Vox a protagonizar una sesión parlamentaria es menos relevante que los efectos que vaya a tener el debate en la vida política. Se da por descontado que el Gobierno será confirmado y que los partidos, en particular los más cercanos a Vox, tendrán que mover sus posiciones. Es posible que los dirigentes de Vox persigan introducir una polarización extrema en la política española y convertir a su partido en la principal referencia del polo situado a la derecha. Que lo consigan dependerá de la reacción de sus votantes y los del PP.

Porque la moción puede tener consecuencias inesperadas y volverse contra Vox. Los españoles podremos conocer su programa de gobierno. El candidato deberá evitar la retórica populista si quiere ganarse al menos el apoyo de la opinión pública y hacer una propuesta creíble de políticas para resolver problemas graves y urgentes. Al PP se le presenta una oportunidad magnífica, ante el enfrentamiento cara a cara de Vox con el Gobierno, de proyectar una imagen de partido responsable, firme en sus principios democráticos y conciliador, entre las pobladas franjas de los electores moderados, cansados de política altisonante e infructuosa. El debate podría servir para aclarar de una vez que el PP y Vox son dos partidos diferentes y para que Pedro Sánchez no siga recurriendo a su pertinaz táctica de asimilarlos para aislarlos.

La moción de Vox es una operación arriesgada, que puede acabar con el resultado para sus promotores que tuvieron las presentadas en su día por Hernández Mancha y Pablo Iglesias. La atención de los españoles está concentrada en asuntos más perentorios y el juego de los partidos no permite ahora un cambio de gobierno. Las encuestas registran un movimiento de votos de Vox hacia el PP, que podría intensificarse. Quizá Vox pague caro en el futuro el desafío que acaba de plantear. Aunque la moción le proporcione el triunfo momentáneo y parcial de tener a raya al PP, torpedeando cualquier mínima posibilidad de diálogo de Pablo Casado con el Gobierno sobre los Presupuestos y los planes de recuperación económica. El actor realmente decisivo de la moción, sí, es el PP, indeciso entre secundar la voz de FAES y hacer caso de las señales emitidas por los votantes gallegos.

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