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La ejemplaridad perdida

La Monarquía contemporánea es una institución altamente simbólica y poco más. En 1975, sin embargo, el joven Rey Juan Carlos I había recibido de las Leyes Fundamentales del régimen de Franco un conjunto de importantes poderes, aunque no el poder legislativo omnímodo que había ostentado desde la guerra civil el dictador que acababa de fallecer. No sin muchas dificultades, el monarca devolvió la soberanía al pueblo español, propició la creación de un régimen democrático, lo defendió en los momentos de mayor zozobra y encarnó a los ojos de todos la imagen de una España abierta a Europa y al mundo como una nación de libertades. El Premio Carlomagno recibido en Aquisgrán en 1982 reconoció su ejemplaridad fuera incluso de nuestras fronteras.

Esa ejemplaridad comenzó a quebrarse con el caso Nóos. Ahí se advirtió que los valores morales de la Familia Real dejaban mucho que desear. Semejante episodio reveló, en efecto, la presencia en ella de corrupción y parasitismo, así como una cierta tolerancia regia ante los desmanes de su yerno. El posterior asunto Corinna mostró también cómo el Rey mismo era capaz de confundir lamentablemente deberes y placeres, sin que el Gobierno de turno, por cierto, tomara cartas en el asunto. El posterior descubrimiento de operaciones financieras delictivas (blanqueo de capitales y evasión fiscal) realizadas presuntamente por Don Juan Carlos ha liquidado definitivamente su prestigio ante la ciudadanía.

Aunque no, desde luego, ante la Historia, que no olvidará el espléndido desempeño de Juan Carlos I como Rey constitucional.

La monarquía de Felipe VI -es inútil negarlo- queda seriamente tocada. Los Reyes Felipe y Letizia acaban de realizar un periplo por todo el país dejándonos a algunos la impresión de almas en pena. Un Rey debe legar a su hijo una Corona más sólida que la que en su día encontró. He ahí el fracaso dinástico del Rey Juan Carlos. Y, no obstante, caben pocas dudas de que en Felipe VI tenemos un buen Rey, que ha ejercido sus funciones con gran dignidad en tiempos sumamente difíciles. Él debe forjar la imagen de su propia ejemplaridad: con su conducta pública y privada, con mensajes de alto voltaje ético, con su cercanía a todos los compatriotas que sufren la recesión económica y la crisis sanitaria, con su decidido empeño en preservar la unidad del país y la convivencia de los españoles, con su aliento a la modernización de España en todos los terrenos, con su estímulo al entendimiento territorial y entre las distintas fuerzas políticas...

Pienso que tenemos que ayudarle en esa tarea de encarnar lo mejor del alma de España: su resistencia en los contratiempos, su espíritu de solidaridad y su coraje de seguir siendo una Nación libre, comprometida con el proyecto de integración europea. Una Nación no se hace sólo de recuerdos, sino también de olvidos. En política hay que renacer cada mañana. La Monarquía está tocada, pero no hundida.

Ramón Punset. catedrático Emérito de derecho constitucional

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