Una de las mayores estupideces de la imagen que los canarios tienen de sí mismos es que no son racistas. Estoy convencido que le preguntas a un blanco pobre y envejecido de Georgia si es racista que contestará que no, pero que el mejor negro es el que no vive en Georgia. Aquí es más o menos es lo mismo. Parafraseando a Juan Manuel Trujillo, el canario se ignora e ignora que se ignora. De hecho el isleño presenta el rasgo definidor de un racismo particularmente intenso: se ha olvidado de donde procedían sus abuelos, sus bisabuelos, sus tatarabuelos. Canarias, en el siglo XVI, era una sociedad de frontera. Algo así como los poblados del Far West. Aborígenes, andaluces, extremeños, asturianos, franceses, portugueses, catalanes, florentinos, bereberes. Por aquí pasaba y a menudo se quedaba casi todo el mundo al borde del mundo conocido, en un espacio económico tan libre y expansivo que fuimos la primera economía monetaria del Atlántico. En Santa Cruz de Tenerife, Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de La Palma se vendieron y compraron esclavos durante cerca de trescientos años. Más de un tercio de la población de Fuerteventura y Lanzarote a principios del siglo XVIII eran moriscos. Esa amplia y compleja red de dinámicas históricas no está integrada en el imaginario de los canarios y canarias, donde los únicos elementos protagonistas son los guanches y nosotros que somos también guanches, y a la vez no lo somos.

Nuestra comunidad es un país mestizo, pero el canario reconoce muy débil y confusamente (cuando lo hace) esa hibridez cultural. Como ha explicado magníficamente Fernando Estévez la principal recurrencia histórica y simbólica en la mentalidad popular sobre nuestra historia es el aborigen: los guanches eran felices, los conquistadores acabaron con su idílico vergel, las dos razas se fusionaron y ya llegamos al presente sin mayores problemas. Los hindúes en Tenerife o los negros subsaharianos en Las Palmas son pequeños pintoresquismos perfectamente metabolizados. Lo he escuchado docenas de veces desde que vivo aquí. Mira que los canarios son tolerantes, tranquilos, ejemplarmente acogedores. No le han quemado la casa a ningún comerciante hindú y no echan a palos a los moros y los negros de la playa de Las Canteras.

Como no hay racismo - racismo étnico y racismo económico - unas ochenta personas han tenido que dormir al raso en el muelle de Arguineguín durante tres días. Tres días con el suelo como almohada. Como no lo hay el ayuntamiento de Agüimes exigió en junio (y ha conseguido ahora) que se celebre en campamento de migrantes en Arinaga. En lo ocurrido ayer en Santiago de Tunte, donde decenas de vecinos intentaron bloquear el acceso al pueblo para impedir que el ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana llevara hasta ahí a los maltratados en Arguineguín, tampoco debe haber ningún elemento de racismo, un racismo exacerbado por el miedo en las entrañas a la infección del coronavirus. Porque el otro, el de fuera, el extranjero, el extraño visitante que viene a darle un zarpazo a nuestra seguridad o nuestro bienestar, es detectado como el portavoz de la enfermedad y la muerte: otra característica del racismo que afortunadamente jamás hemos padecido porque los canarios, para que vamos a negar la evidencia, somos muy buena gente y aquí, racistas, ni uno.