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EL DESPERTADOR

España dinamita su futuro

Me preocupa esta España nuestra que se desmorona cada día más desde el decretazo del Estado de Alarma. Nuestro país, rehén de un gobierno bicéfalo y guerracivilista, indolente y ya sin ninguna credibilidad que perdone los pucherazos de sus continuos y permanentes errores, se marchita social, política y económicamente como un árbol sin riego desde antes de la declaración formal de la pandemia.

El virus y sus mayúsculas secuelas están demostrando que, por mucha propaganda de mejora, autoaplausos, ertes y salario mínimo social que se publicite desde La Moncloa, la verdad prevalente está certificando que los pilares sustentadores de la sociedad española se están descapitalizando peligrosamente como nación abandonada a su suerte.

En las libretas de los intereses doctrinarios y populistas que apuran los actuales okupas del Gobierno de 'Los Picapiedra' (Pedro y Pablo) no están recogidas por ninguna parte las auténticas preocupaciones humanas, vitales y sociales, que atormentan al corazón cívico nacional de las familias españolas.

Hasta ahora, nuestra España comunitaria, hermosa y diversa, ha venido madurando y avanzado como un país civilizado y moderno por la senda cultural de la democracia y el crecimiento socioeconómico cuando lo ha hecho unida, sin separatismos ni rencores, regida por gobiernos sólidos, con una clara visión de Estado, con presidentes embajadores y dialogantes, preparados y auténticos, forjados en la acción y la dirección, personas sobrias de altas miras.

Una avergonzada mirada atrás nos revela que esta país gravita adormilado sobre su quiebra técnica desde el maldito y nefasto momento en que depositamos nuestra confianza político-electoral en discursos filibusteros, desde el aciago momento que le entregamos la fuerza decisiva de nuestros poderes ejecutivo y legislativo a envalentonados piratas guaperas, a unos auténticos cantamañanas de personalidad autocomplaciente y mirada cortoplacista, pirómanos incendiarios que maniobran lo público cegados por el estatus del cargo y vilmente endiosados por los vampiros que anidan sus cohortes.

Hoy daríamos la vida por volver atrás, a los tiempos de aquella España seria de palabra y respeto, donde los gobiernos de esta nación tenían como principales metas de su ejercicio administrar equitativamente su unidad, generar empleo, mejorar la educación y la sanidad, crear cultura, modernizar las estructuras productivas del país y robustecer los pilares que la han venido sustentando como un Estado Social y Democrático de Derecho.

La corrupción generalizada que se ha ido enquistando en la modernidad autonómica y consumista; los independentismos asociados a esas corruptelas y viciados por la carencia general de una necesaria y vital ética personal y política; y sobre todo el corrosivo discurso guerracivilista y republicano iniciado por el nefasto y negacionista Zapatero, sobrealimentado casi a diario desde las últimas vísperas electorales por el tándem de Los Picapiedra y sus asociados vascos y catalanes, están dinamitando nuestro futuro. Mucho más que el empobrecimiento producido por el coronavirus.

Los actuales cañonazos dirigidos a la Monarquía como corazón del Estado son ahora la batalla del Ebro. Si rojos y azules no se ponen literalmente de acuerdo; si Pedro y Pablo siguen horadando como hasta ahora la piedra que refugia el alma democrática de este país, España finalmente sólo será para los españoles un triste recuerdo. El penoso adiós de una despedida. Como el cruel sarcasmo con el que han reído los gerifaltes de la casta violeta la amarga conciencia final de Juan Carlos I.

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