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Fernando Canellada

Azul atlántico

Fernando Canellada

La salud de la Patria

Entre Alfonso XIII y el general Franco consiguieron eliminar el escaso sentimiento popular monárquico que había en España. Lo cuenta así Gregorio Morán en El precio de la Transición. Juan Carlos I y otros miembros de su familia, como el esposo de su hija Cristina, se han esmerado en desencantar a los pocos monárquicos más que se habían armado de argumentos y sentimientos en estos últimos cincuenta años, entre dinásticos de toda la vida y juancarlistas.

La muerte de Franco, en la cama de un hospital, dio paso una pacífica reforma del régimen anterior, que no ruptura, de la mano de Juan Carlos I que ha contribuido a la libertad y al progreso de España como nunca antes. El primer Borbón que en el ejercicio del poder se compromete con la democracia acaba zarandeado por la historia, de la Ceca a la Meca, por perder la honorabilidad personal con sus negocios amorosos y financieros. Se lee en la historia que no había precedente cercano de una transición próspera aunque con luces y sombras, como la que ha personificado el padre de Felipe VI.

La sucesión de Carlos IV fue una guerra civil entre patriotas y afrancesados; la de José I se correspondió a una guerra europea; la sucesión de Fernando VII trajo otra lucha civil, entre carlistas y liberales, una más; Tras Isabel II llegó una revolución que derrocó a la dinastía; la I República se terminó con un golpe militar; la sucesión de Alfonso XIII, abuelo tan recordado por Juan Carlos I, fueron las jornadas de terror con quema de iglesias y conventos y el derrumbe de la Corona; la sucesión de la II República fue otra cruenta guerra civil; y la transición del régimen de Franco, del poder personal de un caudillo a un reino hereditario, se ha consolidado en paz y en convivencia, con la concordia de las dos españas enfrentadas.

Después de contemplar la marcha de España del rey emérito, y a la espera de que rinda cuentas ante la Justicia y ante la Agencia Tributaria, el engaño en su comportamiento personal es percibido como un desprecio por todos los españoles. La sociedad tiene un límite en su tolerancia con el engaño que los políticos habían puesto a prueba y el rey emérito lo ha superado. Hay que exigir rigor, transparencia y justicia. A más poder, más responsabilidad.

Ahora, ante el árbol caído, surgen las voces que más ardor han puesto en la manía demoledora del régimen del 78. Los que se constituyen en fiscales de estos años democráticos pretenden presentarlos como un cúmulo de errores políticos, culturales, sociales y económicos, que explican todos los males actuales. Una critica generalizada, sin matices, sin distinciones, que lleva a cuestionarlo todo y pensar que es necesario empezar de nuevo, es una idea nefasta. Repensar el sistema, necesidad que está poniendo de manifiesto en la crisis sanitaria, no implica arrasar con todo.

La salud de nuestra patria, de España, no solo depende del control de la pandemia y de la vacuna del Covid-19. También depende del planteamiento que se tome ante la Historia. Aunque algunos se esmeran en las redes sociales, no se palpa un ambiente de hostilidad o hastío hacia la monarquía. Tampoco de entusiasmo, todo sea dicho.

La institución monárquica resulta hoy fundamental para vivir juntos. El pacto, el consenso, reformista que hizo posible la transición de la dictadura a la democracia, se mantiene, al menos así se ha escuchado esta semana al presidente Pedro Sánchez, líder del PSOE.

La Corona lo que tiene de valioso es frágil. Es y será lo que entre todos hagamos de ella. El pueblo soberano tiene las instituciones que se merece.

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