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Piedra lunar

De 'Mancebía' a 'San Agustín' y el perro de Santa Ana

A mediados de 1982, pocos meses antes de su fallecimiento, mantuvimos una larga conversación en su propio domicilio con don Pedro Cullen del Castillo, con el fin de publicar una semblanza del inolvidable profesor en el 'Boletín Informativo' del Colegio de Licenciados que entonces coordinábamos. Y entre una multitud de datos que nos aportó, siendo neófito en muchos aspectos de la historia de la ciudad, nos dijo que en el 'Libro Rojo de Gran Canaria', que él desveló tras muchas horas de trabajo en el lóbrego y sombrío archivo municipal, se recogían las 'Reales cédulas y Provisiones' concedidas por los reyes a la Isla. Nos sorprendió que recalcara las ordenanzas relativas a la mancebía que estaba ubicada en la trasera de la iglesia de San Agustín.

La prostitución, según la doctrina cristiana que se elabora desde el siglo XIII, era considerada "pecaminosa pero necesaria". El ejercicio de la lujuria por parte de las mujeres barraganas y deshonestas estaba limitado a la mancebía, espacio designado y vigilado por las autoridades civiles y eclesiásticas. La palabra de don Pedro Cullen nos desveló que su ubicación en aquel espacio tan céntrico en la urbe de entonces, en pleno corazón de la Vegueta señorial, con olor a incienso y realces aristocráticos, se debía a que facilitaba su control para no perturbar el orden público.

Esta regulación del considerado oficio más viejo del mundo, que incluía recomendaciones de diversa índole, sanitarias y organización interna del prostíbulo, se llevaba a cabo con especial esmero en las ciudades regidas por la Corona. Son de destacar las iniciales orientaciones establecidas en la ciudad de Granada y pocos años después en Sevilla. En cuanto al origen antropológico, hay estudios que indican que la prostitución es consecuencia de la consolidación de la familia parental en el marco de su vínculo con la tierra y el trabajo. Así, aparecería la necesidad de este oficio para aliviar a los machos que no poseyeran tierra o pareja. Esta protección civil y eclesiástica así lo justifica a lo largo de la historia.

Por tanto, sin dejar al margen los inacabables y certeros debates sobre la explotación laboral de la mujer, el posicionamiento del feminismo sobre su empoderamiento en la sociedad actual y la consideración de la mujer en su plena dignidad, debemos valorar esta evidencia histórica como una parte del patrimonio intangible de la ciudad. Y ello llevó a que en nuestra ciudad se llegara a rotular una calle con el nombre 'Mancebía'. Unos artísticos azulejos, así lo recogían en el tramo que va desde la calle Los Balcones hasta el pasaje Procurador Luis Mesa Suárez, en el lateral norte de la propia iglesia de San Agustín, en el entorno en el que estuvo ubicado el primigenio lupanar.

Sin embargo, en fecha reciente hemos comprobado que aquellos azulejos fueron cayendo de manera progresiva. En el rótulo se podía leer "Calle San Agustín, antes Mancebía", con el acompañamiento heráldico del escudo municipal. Las letras fueron desapareciendo, sin duda arrancadas de manera intencionada por alguna mano doctrinal e intolerante, hasta sólo quedar en la pared del edifico de la Real Sociedad Económica la gris panda adhesiva. Aunque parezca un tema menor, resulta un atentado al patrimonio de la ciudad.

Los amigos tertulianos de Cairasco, que, de manera sorpresiva se han hecho presentes luciendo artísticas mascarillas, dicen, sin llegar a sentarse a tomar el habitual café, que esta cafrada hay que repararla. Codina, nuestro historiador, está enervado, a la vez que nos ilustra sobre las mancebías en diversas ciudades peninsulares y la normativa reguladora a mediados del siglo XVI en Sevilla.

A la vez que exponemos esta queja sobre el nomenclátor de la ciudad, los estivaleros tertulianos ponen de manifiesto el atentado contra uno de los perros de bronce de la Plaza de Santa Ana. ¿En qué ciudad vivimos? El vandalismo pasa a nuestro lado rompiendo la memoria infantil de multitud de generaciones o pintarrajeando muros y paredes con 'sprays,' sin que nadie sea capaz de atajarlo con medidas contundentes. El zócalo del edificio del Conservatorio Superior de Música, en General Bravo, es una expresión vergonzante.

El tema del patrimonio habría que gestionarlo desde diversas perspectivas, con una constante incitación a la responsabilidad personal, con pequeñas cartelas didácticas colocadas en lugares estratégicos. (¡Cuida nuestro patrimonio! ¡El patrimonio histórico, seña de identidad!, etc.), sin descartar una ordenanza sancionadora, factible y disuasoria, que incluya la propuesta de dedicar horas de trabajo a la comunidad los fines de semana. Así se hace en algunas ciudades, sin temor a perder votos en las urnas.

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