La Provincia - Diario de Las Palmas

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CRÓNICAS GALANTES

El Apocalipsis ya no es lo que era

Afrontaron casi todos los dirigentes mundiales la epidemia en curso como si se tratase de una guerra; y en efecto, algo de razón llevaban. En España, sin ir más lejos, la caída del PIB en un 18,5 por ciento durante el último trimestre solo tiene comparación posible con el hundimiento de las finanzas que provocó entre 1936 y 1939 la Guerra Civil. Ya solo queda la esperanza de que el combate contra el virus no se prolongue durante un largo trienio, como ocurrió entonces.

Sin disparar un solo tiro, el virus de la corona ha demolido los cimientos de una prosperidad que apenas empezábamos a recuperar tras la última crisis del año 2008. Aquella fue, vista en perspectiva, una levísima quiebra de chichinabo.

La de ahora no para de batir récords mes tras mes: y eso que solo está comenzando. La vuelta de estas raras vacaciones que no todos pudieron tomarse nos va a pillar a muchos con fiebre y sin trabajo si se cumplen -no lo quiera el diablo- los infaustos agüeros que formulan imparcialmente las autoridades económicas y sanitarias.

Anuncian los futurólogos una lluvia torrencial de parados, cierres de empresas en masa y una pérdida de la cuarta parte del PIB, equivalente a unos 300.000 millones de euros. Con esa suma, que ya se da por volatilizada a estas alturas, se podrían pagar durante dos años las pensiones de los diez millones de jubilados españoles. No alcanzan a enjugarla los socorros financieros por importe de 140.000 millones que la Unión Europea ha tenido a bien proporcionar a España (y que, en buena parte, habrá que devolver).

Eso, naturalmente, en la mejor de la hipótesis, que consistiría en mantener a raya al bicho en los próximos meses a la espera de que los científicos rusos, chinos, americanos o ingleses saquen de sus redomas la vacuna que ponga fin a esta pesadilla. La opción B es mucho más temible. Si los rebrotes siguieran multiplicándose como hasta ahora, no sería improbable un nuevo confinamiento del que ya íbamos a salir definitivamente arruinados.

A esta versión moderada del apocalipsis hemos llegado, tal vez, por exceso de confianza. Los Gobiernos y la OMS sembraron tanto el pánico años atrás al calcular que la gripe porcina podría causar doscientos millones de muertos que, inevitablemente, el público y las propias autoridades perdieron la fe al ver que no ocurría nada.

Rebautizada púdicamente como gripe A, aquella modesta epidemia de pronóstico fallido obró el mismo efecto que el cuento de Pedro y el lobo. A fuerza de no tomarnos en serio las alertas desde entonces, el lobo llegó sin apenas ser notado para convertirnos a todos en temblorosas Caperucitas aterrorizadas por el coronavirus.

Ninguna relación parece guardar el 666, número de la bestia profetizado por San Juan, con este año 2020 redondo y blandito en opinión de los numerólogos. Habrá que recurrir a la Cábala y a los pitagóricos para encontrar algún consuelo ante el futuro que ya está aquí, en un septiembre que se presenta oscuro como boca de lobo. Quizá no estemos en puertas del Apocalipsis y aún quede la esperanza de un antídoto capaz de salvarnos en el último minuto, como suele ocurrir en las películas de catástrofes.

Al final, todo se resume en el estado de ánimo de la gente. Los optimistas dirán que si el bicho sigue campando por ahí acabaremos comiendo hierba. Los pesimistas se preguntarán, en cambio, si habrá hierba suficiente para todos.

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