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OBSERVATORIO

Crisis institucional o gran farsa

El Rey Juan Carlos debe responder de sus actos ilícitos, si los hay, como cualquier ciudadano. Ahora bien, solo cuando sea requerido para ello por los tribunales, no por los partidos políticos republicanos que, salvo error por mi parte, carecen de potestad jurisdiccional. Y a día de hoy Juan Carlos no se encuentra investigado judicialmente, no está sometido a medida cautelar alguna, siendo, como cualquier ciudadano, libre de vivir donde quiera y viajar donde le plazca. Tampoco tiene que decir a nadie donde está o va. Decir que ha huido, que se ha declarado en rebeldía o que pruebe su presunción de inocencia es un elemental desvarío populista. Exigir el fin de la Monarquía, una hipocresía en un país en el que la corrupción de los partidos es insoportable. Si deben caer las instituciones por actos poco éticos o delictivos, mal lo veo para los partidos políticos, encima elegidos por los ciudadanos, representantes y depositarios de nuestra plena confianza.

No es este el lugar de hablar de delitos, muy discutibles y en todo caso en el seno de un proceso penal, no en la prensa, ni en redes sociales, ni en sede parlamentaria. Pero sí de encender la alarma ante la arremetida frente a la institución monárquica, constitucional y que, como sucede con el secesionismo, no es posible someter a referéndum alguno, salvo por la vía de la reforma constitucional que exigiría -atención-, la disolución de las Cortes y unas elecciones.

Este asunto ha revelado la imposibilidad de un gobierno como el actual, cuya eficacia no supera a los inconvenientes por la tensión que produce. La autoridad moral del gobierno decae cuando la ruptura en su seno es tan evidente y la confianza se diluye en un conjunto de veleidades que son incompatibles con la fortaleza necesaria del sistema constitucional, la estabilidad y la seguridad.

Hay que reconocer que Sánchez y el PSOE, hoy y ahora, están defendiendo el sistema vigente de forma sensible. La Monarquía no es cuestionada, antes al contrario, defendida y no se pone en duda el modelo constitucional cediendo ante las presiones de unos u otros. No es Sánchez igual a Zapatero en estos momentos, afortunadamente.

Pero, ante este ataque frontal al sistema constitucional, del que forma parte la Monarquía parlamentaria, tras el que se esconde la pretensión infantil de revivir la II República, imposible en tiempos presentes, el PP debe meditar acerca de su papel, por responsabilidad, por ser un partido de gobierno. Cuando el Estado sufre presiones que pretenden debilitarlo o alterar sus bases sustanciales, el partido principal de la oposición no puede limitarse a decir un día sí y otro también que se opone. Ante una crisis tan grave, incluidas la económica y social, el PP tiene que optar entre dos alternativas: la primera, pactar con el gobierno reconociendo su legitimidad y haciendo inútil la colaboración de los partidos que lo sustentan; la segunda, hacer una oposición radical y activa, no limitarse a lamentarse dejando a su vez campar a sus anchas a quienes desean liquidar un régimen que no valoran en su medida. Una u otra. No solo discursos.

No es éste el momento de que el PP se busque a sí mismo encontrando un lugar en el espectro político entre los espacios que le dejan los que han decidido pactar (Cs) o hacer una oposición dura (VOX). No es ahora su interés el que ocupa a la nación.

Y que nadie se llame a engaño, es mera ilusión y, tal vez, una excusa exigir al PSOE que rompa con sus aliados y convoque elecciones. No lo hizo el PP que pactó con quien necesitó y que, recordemos a Aznar, trató inadecuadamente al Rey Juan Carlos. Todos colaboraron con el nacionalismo, un nacionalismo que en España no ha permitido cerrar definitivamente el marco competencial y que en cada votación araña un poco más. Y todos dejaron, poco a poco, algunos por su cesarismo casi ridículo (Aznar), otros por su adolescente actitud revolucionaria (Zapatero), que la imagen de la monarquía se degradara en manos de republicanos antifranquistas de salón o de opereta, que bien podrían guardar ya el traje de miliciano del bisabuelo. Aburren con sus cuentos de hace un siglo cuando los quieren hacer presente y minan el escaso conocimiento que transmiten a nuestros jóvenes en una educación que ha dejado la Formación del Espíritu Nacional en nada si se compara su intensidad manipuladora.

El lamento, la crítica y el rechazo no son aceptables cuando la situación es grave e irá a más. Dejar que la situación empeore poniendo en el horizonte lejano la esperanza de recuperar el gobierno es incompatible con el momento histórico presente. Tal vez más adelante sea imposible volver al punto de partida. Cuando el constitucionalismo en su conjunto tiene medios, no ponerlos en común es incurrir en las mismas conductas que se critican. Salvo que todo sea palabrería y no exista riesgo alguno para el sistema; que todos ellos sepan que es una farsa y que juegan con nosotros. La pasividad del PP no me permite otra explicación. O estrategia huera o grave irresponsabilidad.

Nota. Dice Irene Montero, la ministra, que no existe el sexo biológico. Ni tampoco las neuronas creo yo. Esta señora se carga el feminismo, ella sola, en dos meses.

José María Asencio Mellado. CATEDRÁTICO DE DERECHO PROCESAL

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