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CRÓNICAS GALANTES

Luteranos gracias a la epidemia

Aunque proceda de Asia, la epidemia está introduciendo inesperados hábitos luteranos en España y en los países del sur de Europa en general. No nos hemos convertido de un día para otro en fanáticos del trabajo, claro está; pero sí que se advierte una mayor tendencia al ahorro y a prescindir del consumo innecesario. Un par de confinamientos más y pareceremos alemanes de cara morena.

Las laboriosas hormiguitas del norte y centro del continente siguen reputándonos de cigarras; pero lo hacen ya por mera rutina. Fácil es observar que el SARS-CoV-2 ha mudado sustancialmente las costumbres de los españoles. La virtud del ahorro, que siempre se consideró por aquí un vicio superfluo, se ha instalado en España. Éramos gente gastadora y acostumbrada a contraer deudas para comprar un coche de más cilindrada que el del vecino, hasta que llegó el virus y mandó parar.

Influyó el encierro obligatorio y la congelación de la economía del país durante meses, como es natural. No había comercios en los que quemar la tarjeta de crédito, ni ocasión de gastar un euro en gasolina. El consumo, en general, se redujo al capítulo de la alimentación: y todo ello redundó en un considerable aumento de la tasa de ahorro.

Nada de esto lo trajo consigo la mano invisible del mercado a la que aludía el padre del capitalismo Adam Smith. Más bien fue un bicho igualmente invisible -aunque letal- el que podría haber obrado la milagrosa conversión de España a los hábitos ascéticos propios de la herejía de Lutero.

No cambió, infelizmente, la afectuosa propensión a socializar que caracteriza a las naciones grecolatinas. Apenas finiquitado el confinamiento han vuelto, como solían, las terrazas atestadas de público, los viajes de placer, los botellones multitudinarios y las fiestas a cara descubierta en las discotecas.

Se disparó, en consecuencia, el número de contagios hasta niveles que amenazan con un nuevo encierro general de la población. Volveríamos, de ser así, a la casilla de partida, con los ya demostrados y beneficiosos efectos de esa medida para el fomento de la virtud del ahorro.

Lo malo del caso es que, a diferencia de los países luteranos propiamente dichos, España no dispone de un poderoso músculo industrial que le permita facturar medicamentos, electrónica, maquinaria, coches de marca autóctona y puestos de trabajo. El turismo, nuestra industria sin chimeneas, se ha venido abajo y no hay seguridad de recuperar ese ingreso vital en el corto plazo.

Del calvinismo nos va a quedar tan solo la práctica obligada de la frugalidad por falta de cuartos; y mucho es de temer que con eso no baste. Si no hay consumo, las empresas de bienes y servicios ingresarán menos. Si los negocios empiezan a perder, lo normal será que echen el cierre o rebajen plantilla. Bajarían también las cotizaciones a la Seguridad Social, obligada sin embargo a habilitar mayores presupuestos para atender a la marea de parados.

Ahorrarían más los que tuviesen un salario garantizado, desde luego; pero eso no ha de ser gran consuelo para quienes pierdan su trabajo. Quizá por eso sorprenda la alegría casi juvenil de los españoles en este verano de botellón, que bien podría ser el último tal como lo hemos conocido hasta ahora. Se conoce que el clima no ayuda y solo somos luteranos a tiempo parcial.

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