La Provincia - Diario de Las Palmas

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Tropezones

Inconformistas

Comentando películas con J.M.G. que además de estudioso del cine y ratón de filmoteca es una enciclopedia viviente de la historia del séptimo arte, le comenté una película que en su día me causó un impacto perdurable; en El manantial, basado en una novela de Ayn Rand, el protagonista, un arquitecto de ideales y estética profesional irreductibles se encuentra con que un cliente sin escrúpulos ha adulterado su proyecto de edificio rompedor, y pasa a la acción, dinamitando todo el edificio. El hecho que el protagonista fuera Gary Cooper, icono de films míticos como Solo ante el peligro y El sargento York sin duda contribuyó lo suyo a que se grabara la secuencia para siempre en mi archivo de referencias éticas.

A raíz de dicha conversación me propuse buscar ejemplos de creadores, inconformistas hasta el punto de llegar a destruir su propia obra de no estar a la altura de su listón de valores.

Y muy a mi pesar he de confesar que si quería ejemplos a lo Gary Cooper he pinchado en hueso. Por supuesto que se encuentran literatos o pintores que disconformes con lo que están creando dejan de sacarlo a la luz. O que ante su propia desaparición ordenan a su entorno más próximo deshacerse de obras sin terminar. Es este el caso de Kafka, prohibiendo la pós- tuma publicación de sus notas: "Todo lo que dejo detrás de mí es para ser quemado sin leer".

O el de Vladimir Nabokov que también pidió que a su muerte se destruyera el manuscrito de su último trabajo The original of Laura. Si bien en este caso su hijo no se resistió a la tentación de publicar la obra, eso sí, al cabo de 30 años.

Un ejemplo en el mismo sentido, pero con un rizo narcisista es sin duda el de Miguel Ángel. Por no desvelar el ingente trabajo de preparación, bocetos previos, maquetas e intentos "prueba y error" que conllevaban obras cumbre como la Capilla Sixtina, el David o la Piedad, mandó destruir todos los antecedentes y preparativos de dichas obras, no fuera a cuestionarse la intervención divina, directamente en vena, que inspiraba su creación.

El único ejemplo, y aún con reservas, que cabría aportar sería tal vez el de Claude Monet, el pintor y gurú fundacional del impresionismo. Su obsesión por los juegos de la luz y la transformación de los objetos bajo su influjo le llevaron a estudiar la metamorfosis de los nenúfares según la hora del día y la estación del año. De dicha dedicación nacieron más de 250 tablas de gran formato, de 2x6 m, algunas dispuestas en perspectiva envolvente, como las expuestas en el Museo de la Orangerie. La inmersión sensurround en el epicentro de la obra nos envuelve en un indescriptible vértigo floral de colores e impresiones. Pues bien, tras una operación de cataratas, ya en sus postreros años de creación, se percató, al estrenar sus nuevos ojos, que una treintena de sus últimos nenúfares adolecían de una veladura grisácea que desmerecía de sus otrora luminosos óleos. Es por ello comprensible que esos paneles, pintados entre brumas, no pasaran ya el corte, y terminaran siendo pasto de las llamas.

No me tengan en cuenta que aproveche para subirme en marcha a esta cabalgata de creadores inconformistas, colándome con el pretexto de haber destruido yo también cuartillas emborronadas a mis 16 años. Si como proclamaba Cela "lo único que hace falta para escribir es tener algo que decir" está bien claro que a esa edad más bonito hubiera estado callado.

Lo malo es la duda que me ronda, si no hubiera debido permanecer mudo desde entonces...

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