La democratización de las tecnologías de la información y de la comunicación en un contexto global ha posibilitado que la interconexión sea hoy en día parte de nuestra realidad diaria. La hiperinformación en el espacio digital ha implicado mayor capacidad para portar, compartir, procesar y almacenar datos a través de plataformas online de diversa naturaleza, blogs, redes sociales y mensajería instantánea, proporcionando un nuevo espacio de confrontación de ideas que en un mundo ideal aportaría salud al normal funcionamiento democrático. Sin embargo, como espacio desregulado, Internet se ha convertido también en el caldo de cultivo idóneo para la proliferación de todo tipo de mensajes, incluidas las narrativas propias de la desinformación y de las operaciones de influencia.

Cada individuo opera como un canal al interactuar en redes sociales desde un simple dispositivo móvil, de modo que su mensaje adquiere una capacidad de proyección aritmética. La accesibilidad a lenguajes de programación abiertos y el gran potencial de transmisión de información en diversos formatos que hibridan texto, voz e imágenes en movimiento y que son susceptibles de ser modificados con fines deliberados o maliciosos, elevan las campañas de desinformación a un nivel superior en cuanto a capacidad de daño, atacando al mismo tiempo valores democráticos.

La desinformación falsifica una realidad que es medible en hechos, destruye la confianza en las instituciones y en las alternativas políticas, acentúa la fragmentación e incluso llega a normalizar la aceptación de las medias verdades o mentiras. Los regímenes políticos no autoritarios garantizan derechos fundamentales como la libertad de expresión y otras libertades públicas reconocidas constitucionalmente, generando en ocasiones la siguiente paradoja, ¿cómo proteger este derecho cuando valiéndose de él se está atentando contra la salud pública?

La desinformación es siempre propaganda, un engaño sostenido y alimentado en el tiempo empleando sistemáticamente la persuasión y la mentira. Esto quiere decir que ''la acción y efecto de desinformar'', definición que proporciona la RAE en su diccionario, implica necesariamente la intencionalidad de ofrecer ''información manipulada orientada a ciertos fines'' o al menos ofrecerla ''de forma insuficiente u omitirla'', teniendo en cuenta que existiría otra acepción al término expresada como ''falta de información o ignorancia''.

En 1983, el periódico indio The Patriot, bajo influencia del KGB, publicó un artículo en el que se afirmaba que el ejercito de los Estados Unidos había creado el virus del SIDA y que este había sido liberado con fines desestabilizadores. Esta publicación fue replicada durante dos años hasta que los soviéticos la difundieron directamente en 1985 en el semanario cultural Literaturnaya Gazeta hasta alcanzar en 1987 difusión en mas de 80 países, siendo reproducido a más de 30 idiomas. El pasado 1 de mayo el Presidente Trump vinculaba en origen de la Covid-19 a un laboratorio de Wuhan y amenazaba a China con imponerle sanciones o reclamar compensaciones.

La finalidad de la desinformación es reforzar las debilidades de las audiencias objetivo, creando condiciones en el entorno favorables a los propios intereses. Es decir, identificar usuarios en la red cuya opinión se pretende y se podría cambiar y usuarios que presumiblemente compartirían el mensaje que se busca difundir. Respecto al mecanismo de acción, la clave aquí es utilizar fuentes de escasa credibilidad o crear y difundir información falsa replicando exponencialmente su mensaje. Esto resulta especialmente útil si la mayoría de la población presta escasa atención a las fuentes, una tendencia que traspasa las fronteras nacionales.

La sobreinformación y la capacidad de replicado del mensaje son cuestiones a tener en cuenta en el análisis de estas campañas de desinformación y en su impacto en la salud pública en un contexto de pandemia como el actual. El espacio virtual ofrece oportunidades de desarrollo de verdaderas campañas de desinformación con un bajo coste económico y alto rendimiento al captar segmentos de la sociedad con predisposición a asumir ciertos mensajes, incluso aunque ello choque frontalmente con el consenso de la comunidad científica internacional o con los datos oficiales ofrecidos por la OMS o las autoridades europeas y nacionales.

Sobreinformación y sobreoferta serían entonces el resultado de la profunda atomización de los medios y canales informativos que viene produciéndose en los últimos tiempos. Parece que cada vez existen más fuentes a las que acudir, produciéndose como consecuencia la pérdida de capacidad de verificación y acreditación del principio de credibilidad de la información. Esto quiere decir que generamos grandes volúmenes de información difícilmente procesables para su consumo, algo que estaría favoreciendo la simplificación del mensaje en redes sociales y el pensamiento acrítico. Esta simplificación del mensaje, -sustituyendo debates de una extraordinaria complejidad en la sociedad que requieren de tiempo y paciencia para su comprensión integral por eslóganes de salida fácil-, explicaría precisamente por qué el replicado masivo e instantáneo como el que se produce en Twitter, es sostenible y funciona en términos de desinformación, alimentando en numerosas ocasiones teorías conspiratorias.

Afectando a la sociedad en su conjunto, este problema se refleja de forma especialmente preocupante entre los más jóvenes y menores de 30 años con una pérdida general del hábito lector y una tendencia a informarse cada vez menos a través de medios convencionales acudiendo en su lugar a youtubers e instagramers, creadores de contenido que en la mayoría de los casos ofrecen una visión banal del mundo sin contribuir ni aportar nada de valor al diálogo en torno a cuestiones de interés político o social. Esto ha llevado a Sanidad a sugerir la colaboración con influencers en sus campañas para concienciar a este grupo poblacional que cada vez consume más contenido digital y contrasta menos la información que le llega.

Con todo esto, podemos señalar los ejes en torno a los que se ha estructurado la audiencia objetivo de la propaganda durante la crisis sanitaria del Covid-19, identificando por una parte cómo se han articulado los principales mensajes y objetivos de las teorías conspiratorias y corrientes negacionistas y por otra, los bulos y elementos de operaciones de influencia y desinformación. Las narrativas de la desinformación operarían aquí como las medidas activas en Inteligencia, aprovechando la garantía del ejercicio de derechos fundamentales como la libertad de expresión y la falta de control del ciberspacio, para mostrar asuntos relevantes para la ciudadanía desde una perspectiva favorable a aquellos que alimentan teorías que colisionan con hechos verificiables.

Mensajes inscritos en la lógica del negacionista como ''el coronavirus no existe'' o ''ya no hay pandemia'' tienen el objetivo de socavar la autoridad de la comunidad científica, la OMS y los gobiernos mientras que otros son claramente elementos de las teorías conspiradoras más populares. El objetivo detrás de las ocurrencias ''las vacunas introducen un chip para ejercer control sobre nuestras vidas'' o ''las mascarillas no protegen / causan patologías'' y ''los test no diagnostican'' buscarían generar confusión entre la población y crear sentimientos de desconfianza hacia la medicina occidental y el sistema de salud al mismo tiempo que la exaltación de emociones, apelando sobre todo al miedo. Existen otras frases repetidas, más disparatadas si cabe, que pretendiendo también generar esa desconfianza, lo harían hacia el sector tecnológico y hacia China, apelando al miedo, al odio y a la xenofobia. Ejemplos de esto último pueden ser consignas como ''las redes 5G de telefonía móvil son transmisoras del coronavirus'' y ''las vacunas introducen un chip para ejercer control sobre nuestras vidas''.

Ahora bien, ¿quién está detrás de estos mensajes y qué es lo que buscan? Internet ha dado voz a personas y grupos ideológicos que, junto con bots y granjas de trolls, siembran desde fake news a teorías conspiratorias completas contribuyendo a su circulación en línea. De esta forma, anti mascarillas se han sumado al movimiento anti vacunas que reposa desde hace mas de una década en bulos ya desmontados, en un momento en el que el individualismo exacerbado se superpone al bien común.

Los artífices de la desinformación han aprovechado hábilmente la mala gestión de la comunicación institucional, los errores del Gobierno y también los de los ejecutivos autonómicos, para hacer crecer sus perfiles de Instagram y Twitter y abrir canales de Youtube, pudiendo obtener un rédito económico en este último caso en función de las visualizaciones e incluso a través de plataformas como Go fund me en la que muchos solicitan financiación para, en palabras de estos, poder continuar con sus proyectos, al argumentar una falsa persecución y censura gubernamental en redes.

Existe un patrón más o menos repetido en todo el mundo en el que muchos mensajes de odio son impulsados por miembros o simpatizantes de la ultraderecha pudiendo producirse al mismo tiempo llamamientos contra líderes políticos y fuerzas de seguridad estatales por parte de la extrema izquierda. En todo caso, resulta bochornoso presenciar las últimas concentraciones en Madrid y en Las Palmas de Gran Canaria que manifestándose contra el sentido común, ignoran sencillamente abrumadoras evidencias científicas como la secuenciación del genoma del virus y los múltiples estudios que confirman su origen natural.

Respecto a las acciones de influencia, desinformación o engaño con la difusión de bulos contamos con numerosos ejemplos desde mediados del pasado marzo. Con imágenes virales de ataúdes, morgues en hospitales o fallecidos en las calles que no se correspondían con el momento señalado ni habían ocurrido en España y que estaban acompañadas de titulares cortos que buscaban desestabilizar la opinión pública, se lanzó el mensaje de que se ocultaba información sobre contagios y fallecidos con la finalidad de crear un sentimiento de desconfianza hacia los poderes públicos, que se agrava cuando no hay una respuesta adecuada en los sistemas de control y monitorización del impacto estadístico de la pandemia. Otras muestras de desinformación, al igual que ocurre en el marco de las teorías conspiratorias acientíficas, han sido articuladas a partir de la exaltación de emociones, apelando al miedo que acaba expresándose desde la ira, algo evidente en la siguiente idea, ''el distanciamiento social y las medidas de prevención te quitan libertades''.

También los bulos pueden pervertir las actitudes hacia el sistema político ignorando nociones tan básicas como las del Estado Social, Democrático y de Derecho, y lo hacen reforzándose permanentemente en la concepción errónea de que vivimos en una dictadura. De modo que quienes sostienen el discurso ramplón de que ''la pandemia es una excusa para imponer una dictadura social-comunista'' aspiran a generalizar un pánico similar al que se produce en contextos de Estados fallidos en su propio beneficio y por su puesto a dañar la cohesión social, como consecuencia de promover la polarización y el enfrentamiento.

Como ejemplos de acciones de influencia cabe mencionar el mal llamado ''experimento social'' de hace unos meses, tal y como lo denominó el conocido tuitero y agitador que lo llevó a cabo, llenando las marquesinas de autobuses de Madrid con carteles supuestamente elaborados por el PSOE en los que aparecía el rostro del Presidente pidiendo obediencia ciudadana, acompañados de un montaje en la sede Ferraz en el que aparecía dicho cartel y un posterior desarrollo de merchandising anticonfinamiento.

Pero lo cierto es que junto con las mentiras, las alusiones sin rigor repetidas en la red también pueden constituir carne de desinformación y se alejan cada vez más de la crítica respetable y necesaria. Resulta inquietante que un gobernante o adversario ideológico, independientemente de su signo político, aproveche crisis de esta magnitud para tratar imponer su agenda política como prioridad. Esto es algo observable en ambos extremos del espectro político en el marco de la polarización, que consistiría en identificar y explotar malestares preexistentes vertiendo declaraciones en las redes disfrazadas de afirmación, bulos que incluso tras ser desmentidos han podido calar ya en muchas personas con un agravio significativo para los afectados a efectos de imagen pública.

Tenemos la obligación de contrarrestar estos movimientos y sus intentos de influencia con un movimiento prociencia fuerte, entendiendo que la salud pública no puede verse comprometida por el ejercicio sin límites de la libertad de expresión. Para ello es necesaria la identificación no solo de los efectos de estas acciones y de las estructuras en las que se apoyan sino también los principales actores que las sostienen. La Fiscalía podría actuar de oficio contra personas, grupos y creadores de contenido digital con alto poder de convocatoria que apelen a comportamientos irresponsables que pongan en riesgo la vida, al igual que deben monitorizarse aquellas acciones en la red que puedan ser constitutivas de delito de odio o supongan un claro peligro para la democracia.

Mientras tanto, los intermediarios tecnológicos tienen también una responsabilidad en la lucha global contra la desinformación y los medios de comunicación serios el deber profesional de desmontar bulos dañinos para la convivencia. Como sociedad, nos corresponde reflexionar sobre la debilidad de la cultura política en la mayoría de la población y sobre la educación de los jóvenes, no tanto resignándonos a un futuro en el que los líderes de opinión serían los influencers sino recuperando formación y valores que hemos perdido con la digitalización. Debemos combatir activamente falta de pensamiento crítico y la pérdida de racionalidad y de capacidad de argumentación de la que adolecen las anteriores corrientes.

Como ciudadanos concienciados, tenemos capacidad de elección y podemos decidir informarnos a partir de los recursos adecuados, las fuentes oficiales, y seguir recomendaciones de la comunidad científica antes que acudir a autoproclamados gurús de la seudo ciencia y perfiles sin entidad en redes que participan del circo del negacionismo.

Laura Méndez, PolitólogaConsultora de Inteligencia y contrainteligencia