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BILLETE DE VUELTA

Mascarillas para tapar las bocas

El país ha llegado a tal grado de polarización que la escala cromática se reduce a los extremos: o blanco o negro. En la época más gris que ha tocado vivir a varias generaciones de españoles, a todos los que nacimos bien pasada la posguerra, en los años del "baby boom", cuando las cigüeñas no permanecían en huelga de alas caídas en campanarios y torretas eléctricas, la miopía general nos impide alargar la vista más allá de un palmo de narices.

En ese ambiente de crispación radical que baja en cascada desde la torre de marfil de la política hasta el valle numeroso donde habitamos los mortales, nadie ejerce la función de dique: sin compuertas, el cauce desbocado se vuelve torrentera.

La moderación ha perdido su espacio en el debate político y la pendencia se ha viralizado para agarrarse, como un patógeno, a las vísceras del resto de la sociedad, que entra en incandescencia a la primera chispa dialéctica que salta. Lo vemos cada día en cada casa, en cada grupo de amigos, entre compañeros de profesión; en las baladronadas tabernarias; entre monárquicos y republicanos; entre juancarlistas que acusan al hijo de Edipo implacable y los que abrazan el felipismo y reniegan del padre comisionista. En la izquierda, o ensalzas a Iglesias o entronizas a Sánchez; a la derecha, si no comulgas con Vox eres un "blandito". El centro, que era la virtud, ya no existe: Arrimadas levita en el limbo, como los neonatos muertos antes de alcanzar la pila bautismal.

O lloras amargamente por el 8-2 del Barça o te descojonas. O estás conmigo o militas contra mí, puesto que la neutralidad no está consentida. Tampoco se respeta el arbitraje: la intercesión se considera injerencia. Quien aspire al papel de moderador ha de saber que a la primera palabra le lloverán guantazos a dos carrillos, por ambos lados.

Y mejor que hablar, permanecer callados. Habrá que pensar que el uso obligatorio de la mascarilla es la metáfora maliciosa de una época que nos prefiere tapada la boca.

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