La entrevista a la ministra Irene Montero en Le Diez Minutos Diplomatique lleva por título "Pablo asume una parte de las tareas de la casa, como yo las mías". A continuación se amontonan más de veinte menciones a su familia, la mayoría a sus hijos, que son diligentemente identificados en la pieza. A menudo es la titular de Igualdad quien introduce a su prole en la ecuación, venga o no a cuento. La veterana y hábil Rosa Villacastín no ha de esforzarse para destripar la intimidad de su entrevistada. Al contrario, los escasos fragmentos de contenido político son extraídos a veces con forceps por la periodista.
Como adicto a la prensa del corazón, no recuerdo una sola entrevista a un personaje público tan absolutamente centrada en sus cuitas hogareñas y en las vicisitudes de la maternidad, con la posible excepción de las efectuadas a Tita Cervera. Una folklórica hubiera interrumpido la divagación sobre temas íntimos, para reclamar que se hablara de su disco. En cambio, la ministra vive monopolizada por su familia. Esta obsesión no justifica los ataques que viene recibiendo en el chalé que Pablo Iglesias sometió a referéndum, pero la discreción es un valor en la cima del poder. Eso sí, las respuestas serán tremendamente útiles para todas las parejas españolas cuyos dos componentes sean ministros.
Admitamos que Irene Montero no tiene salida. Se la acorrala simultáneamente por ambiciosa y por traicionar su ambición, por radical y acomodaticia. Ahora bien, los votantes en retroceso de Podemos deberán valorar el desprecio histórico al acceso a los gigantescos poderes del Estado, para baratarlos por una minirrevolución suburbial pequeñoburguesa. A cambio es posible que los hijos, expuestos hasta la náusea en la entrevista, agradezcan la expropiación de los ideales que llevaron a sus padres a la condición social más cotizada desde el franquismo, vicepresidente y ministra.
