La Provincia - Diario de Las Palmas

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Objetos mentales

Escrache e insulto

El insulto, el agravio, la afrenta, el escrache han venido para quedarse, en la vanguardia del debate político. O quizás esas figuras siempre lo estuvieron. Incluso, ahora naturalizadas desde una alta instancia del estado el personal gana en valentía, en arrojo insultante. Podrían elevarse, con este avance, a categoría política y, así, ya puestos, plasmarlas en la Constitución. Por el lado de la gramática, el verbo insultar connota asalto, un asalto verbal, que asalta la esfera del derecho a la propia imagen, asalta el equilibrio psico-biológico personal, asalta simplemente. Ya digo, consiste en dar un salto sobre algo o alguien. El asaltante considera que el asalto afecta a otras personas de otras doctrinas o ideologías, y considera sus escaramuzas justas. Un asalto así, maltrata, comporta crueldad, ensañamiento. A falta de sintaxis que signifique políticamente, el insulto y el escrache adquieren una dimensión física. La naturalización del insulto es lo opuesto a la naturalización de la reflexión. Es anti-ilustración. Evidentemente, la reflexión requiere mentes rebosantes de cerebros, al insulto le basta mentes vacías de cerebros. No hay color. La violencia verbal de acoso anuncia el comienzo de una cacería, el matonismo y toda esa sinonimia de expresiones que conlleva el apabullamiento, el hostigamiento verbal, a voz en grito reiterado, la denominada caterva conducere. Sin duda, apunta por matiz a la montería, de caza humana. No a una acción política. No. No en una democracia cuyos fundamentos son un estado social democrático y de derecho. Puede que la descalificación desde la ironía, la mordacidad, los juegos jitanjáforicos requieren conocimientos que no distingue al insultador profesional. Para el acoso o escrache basta un vulgar megafonista, un patán con capacidad pulmonar vocif(i)erante. Los ingenieros militares idearon las catapultas para abrir boquetes en las murallas de las ciudades fortificadas para saquearlas y conquistarlas. Hay quienes se proponen asaltar el poder. Los ingenieros de la sociología también usan metafóricamente las catapultas para vencer la resistencia, alterar los estados internos de la mente de los ciudadanos irreductibles. Los nacionalismos periféricos son especialistas. Se asalta algo o a alguien por la razón de que el asaltado se resiste a un pago o proselitismo. Un ciudadano, por ponerme literario, en la medida de sus posibilidades está instalado en su sí, en oposición a estar fuera de sí, cuando sale de su quicio pierde la verticalidad de su dignidad, el desplazamiento de la posición del existir habitual de una persona o grupo de personas parece el objetivo de la naturalización del escrache y el insulto. En efecto, persigue a la postre una reeducación mediante la violencia. Al escrachado lo miran como a un hereje. El asalto o insulto resulta del uso de una fuerza innoble, bruta, si hemos de confiar que el lenguaje que comunica es aquel que propone influir en su interlocutor. Para qué vamos a recordar que las palabras son el arma de la democracia en pos de una síntesis. Los que han estudiado a Jünger Habermas saben que los interlocutores deben estar en un estado de comunicación "on", en una situación ideal de habla. En un estado "off" se quiebran las condiciones de comunicación y el sujeto objeto de insulto, asalto o escrache, está "off". Y en tal posición sólo es un vulgar asalto.

En contrario, naturalizar la razón (la reflexión) consiste en favorecer una racionalización social, pero requiere introspección y no hay movida. La ilustración la propuso como faro de conocimiento y progreso, dos siglos después nos encontramos, muta mutandis, que la izquierda gira al insulto y escrache, a pesar de la modernez re-ilustradora, desde la portavocía de una alta magistratura de un estado, democrático, social y de derecho, insisto, con el consiguiente menoscabo de la seguridad, del subsiguiente debilitamiento de la democracia y de sus instituciones, de su competencia para resolver los asuntos de los ciudadanos por medios pacíficos. Pero es el giro normalizante. Quien insulta niega la reflexión, va de caza, anuncia una persecución, y todo ese escenario vejatorio, medieval y alpestre. El insulto y el escrache elevan la naturalización del alarido social a categoría, el descenso en la escala de evolución desde la altura del lenguaje articulado a una etapa prelingüística.

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