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OBSERVATORIO

Encrucijada evolutiva

Comenzamos a ver que la pandemia nos va a acompañar una temporada más larga de lo que creíamos. La primera sospecha acudió a nuestra mente cuando el alto representante de la OMS, comentando la cuestión de la vacuna, dijo que no tendríamos una bala de plata antes de dos años. Eso sonó poco lisonjero, pero de repente añadió: "Quizá no la tengamos nunca". Esta frase debió dar que pensar a cualquiera que la escuchara, aunque parece que la escucha atenta no es muy frecuente. Ahora comenzamos a intuir lo que significa. La noticia de que hay personas que se han vuelto a infectar por una cepa mutada del virus, puede sugerir que no podamos contar con una inmunidad permanente. Eso que Roberto Esposito llama el paradigma inmunológico, nunca es eficaz del todo. Quizá sea inevitable que todos los humanos, tarde o temprano, tengamos que enfrentarnos al virus.

Sabemos que ese encuentro constituirá una siniestra lotería. Dependerá de lo que rige la evolución biológica: el azar genético. Pensábamos que este argumento solo servía para narrar el pasado del ser humano, como si ya hubiéramos escapado a su suerte común. Ahora vemos que sirve para esta generación que deseó proyectarse hacia lo posthumano controlando los raíles de su propia evolución. Este sueño, que circula desde Nietzsche, parece que todavía recibirá malas noticias. Deberíamos abandonar la imaginación de que la pandemia es un suceso puntual para comenzar a pensar en términos de condición. No es necesario que sea eterna, basta con que sea suficientemente duradera.

Nuestra imaginación, alentada por la aspiración de omnipotencia, tiende a representar las cosas así: los laboratorios del mundo producirán miles de millones de dosis de vacunas, pondrán a la humanidad en cola y en días esta pesadilla quedará atrás. Limpios del mal, podremos volver a la despreocupación biológica de la que gozábamos hace años, en los que nuestra mayor inquietud era pensar cómo alcanzar la inmortalidad y trasladar nuestras neuronas a otros soportes corporales, mientras matamos el cuerpo intransferible de la Tierra.

Lo que comenzamos a experimentar es una condición, porque requerirá de respuestas nuevas. El presente se proyectará en el tiempo y, por no disponer de un final claro, será necesario generar hábitos nuevos. Mientras tanto, si esta hipótesis se confirmara, asistiríamos a una temporada de desconcierto, en la que el desajuste ya no estará contenido por la creencia firme de que todo es un mal sueño de corta duración. Eso nos permitió superar el confinamiento y lo hicimos con cierta epicidad. Pero ahora la entropía psíquica se ha disparado por doquier y nadie se ve con capacidad de reabsorberla. Todavía más cuando nuestra imagen de país moderno y disciplinado se resquebraja.

En efecto, creer que salíamos de una pesadilla, de un suceso puntual, nos lanzó a los viejos hábitos de ocio y despreocupación tan pronto como llegaron las primeras señales de que todo estaba bajo control. Ahora, cuando tenemos a la puerta el regreso a lo que era lo normal, el trabajo, la escuela, la familia, la casa, las rutinas, nos damos cuenta de que ya no podemos mantener la ilusión de que no pasa nada, o de que en una tarde todo volverá a ser igual y seremos de nuevo inmunes, como los viejos dioses.

Entonces percibimos que estamos en una encrucijada evolutiva. Es ese el momento en que se requiere un gasto de energía formidable para mantener un hilo de continuidad selectivo con la vieja vida. Por supuesto, no hablo de mantener la misma vida, sino un cierto grado de continuidad. Muchos mayores no la tienen y mueren. Pero no me refiero a esto. Hablo de la energía para mantener la tensión de adaptarse a la nueva situación, de encontrar sentido a la tarea que haces en medio de la incertidumbre de si podrás seguir haciéndola y cómo y para qué en el futuro. Se trata del escritor que no sabe si la editorial sobrevivirá, del profesor que no sabe si se matricularán estudiantes, del compositor que no sabe cuándo habrá conciertos, del que de edad avanzada se pregunta si no será mejor jubilarse, o del empresario que hace cuentas de sobrevivir con mínimos si liquida el comercio y espera alquilar el local a los que se adapten.

Todos ellos y muchos más se dejan llevar, bajan los brazos y se dan por vencidos. Podemos añadir los millones que ya antes malvivían en medio de contratos precarios y que ahora, con el turismo asumiendo las evidencias de que vivía una carrera enloquecida moviendo poblaciones de un lado a otro del planeta a un ritmo frenético, no tienen a la mano ni la expectativa mínima de engancharse a servir cervezas. No soy sociólogo y no puedo hacer un cálculo de la cantidad de población que bajará los brazos, vencida. Pero mi gusto por identificar la calidad de la experiencia me abruma de dolor cuando pienso en los que puedan estar en esa situación, aunque solo fuera un solo y humilde paisano.

La encrucijada evolutiva es el umbral en el que amplias poblaciones no son capaces de generar energías de adaptación. Estas épocas han sido conocidas por la humanidad en los últimos dos millones de años de forma repetida, y determinaron que muchas estirpes homo desaparecieran. Hoy sabemos que una de las fuerzas evolutivas más decisivas, que generó energías de adaptación, fue el cuidado de las crías. Al parecer, una de las causas de la posición erguida permanente no fue tanto liberar las manos para portar la piedras u otros instrumentos de interposición, sino para poder huir con crías que por su carácter prematuro no podían agarrarse al cuerpo de las madres. Me temo que las madres y padres que tengan criaturas pequeñas no podrán bajar los brazos. Encontrarán energías para adquirir nuevos hábitos de todo tipo, y desde luego para luchar para que sus crías crezcan sanas y alegres.

Por supuesto, mientras que la entrega orgiástica es vieja como Noé, el mejor cuidado de las crías ha sido el motor de muchas nuevas instituciones y de muchos elementos evolutivos (la menopausia en las mujeres, por ejemplo, como la base de la institución de las abuelas), y haremos bien en volcar todas las energías sociales disponibles en continuar, a nuestro modo, esta corriente evolutiva. Sorprende, sin embargo, que entreguemos mucha más dedicación y energía en mantener la continuidad de la industria del ocio que en disponer de forma adecuada el cuidado de nuestros infantes, en contra de todas las evidencias evolutivas. El ocio no es el destino en lo universal de los españoles. Esa no puede ser la respuesta a esta encrucijada evolutiva. La semana próxima popondré una alternativa más adecuada.

José Luis Villacañas. director Del Departamento De Filosofía Y Sociedad. Universidad Complutense De Madrid

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