La Provincia - Diario de Las Palmas

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TRIBUNA ABIERTA

Agonía glaciar

El otro día viendo un magnífico programa de televisión sobre los glaciares pirenaicos, en concreto el de Monte Perdido, sentí pena al observar el acelerado goteo distintivo del desagüe en la zona de ablación, señal inequívoca del retroceso, y como secuela me vino al recuerdo el daño que la actividad humana está ocasionando al medio ambiente. Visto lo cual me siento obligado a refrescar las memorias con algunas reflexiones relativas al glaciarismo.

Estas masas de hielo originadas por acumulación, compactación y recristalización de la nieve forman parte de importantes ciclos geodinámicos: el hidrogeológico junto con el de erosión y transporte de las rocas. De los dos tipos existentes de glaciares, los de valle o alpinos y los de casquete, aquéllos constituyen una corriente de hielo confinada entre dos escarpes rocosos que fluye vaguada abajo, ejerciendo una sustancial acción abrasiva que crea una típica morfología en U; mientras que los segundos forman extensas áreas que en la actualidad están representadas en la zona del polo norte por Groenlandia -con una superficie helada que ocupa gran parte de la mayor isla del mundo- y en el polo sur sobresale la imponente Antártida, ya que contiene el 80% del hielo mundial, con espesores que sobrepasan puntualmente los cuatro mil metros y casi dos tercios del agua dulce total de la Tierra.

Las imágenes multiespectrales de teledetección tomadas en diferentes épocas muestran un notable desmembramiento de las plataformas glaciares de ambos casquetes induciendo la gestación de múltiples icebergs a la deriva. Se calcula que aunque solo el 2% del volumen del agua se encuentra en los glaciares, este porcentaje representa una cifra astronómica y en el caso que se produjese un derretimiento la aportación de enormes cantidades de hielo de los casquetes glaciares a los océanos promovería un aumento considerable del nivel de los mismos. La subida del mar atribuida al cambio climático durante el pasado siglo alcanzó una media de unos 15 cm, pero últimamente el ritmo está desenfrenado, por lo que de seguir así provocaría un incremento significativo de la cota marina, dejando al albur de las avenidas miles de kilómetros costeros y comprometiendo de este modo la seguridad de millones de habitantes.

Además de los perjuicios señalados, la fusión acelerada de los glaciares tiene nefastas consecuencias ambientales, no solo en el ecosistema acuático sino también en el albedo (porcentaje de radiación que refleja la blancura del hielo), uno de los parámetros que más influyen en la evolución del clima y cuya disminución estacional es decisiva en la modificación climática. Volviendo al comienzo del escrito, coincidió el reportaje de televisión con la aparición de un artículo, publicado en Nature Climate Change con el título "Sea-ice-free Artic during the Last Interglacial supports fast future loss" (El Ártico sin hielo marino durante el último interglaciar apoya una rápida pérdida futura), realizado en el Centro Hadley del Reino Unido. Este equipo científico internacional llega a la conclusión de que las altas temperaturas que se produjeron en primavera y comienzos de verano en ese momento -unos 4-5 ºC más altas que las de la era preindustrial- formaron en la banquisa flotante gran número de grandes charcos (estanques de deshielo) de escasa profundidad, lo que fue decisivo para la licuefacción del mar durante la etapa postrera del último interglaciar -un período desde hace 130.000 y 116.000 años-. Utilizaron estas investigaciones para prever cual sería el futuro del círculo polar Ártico a través de simulaciones de modelos climáticos, concluyendo con el algoritmo elaborado que el hielo marino de este océano podría desaparecer en tan solo 15 años. Así pues el proceso parece irreversible.

Estimaciones académicas recientes indican que durante esta última interglaciación, las temperaturas ambientales eran del mismo orden de magnitud que las del presente, así como que el grosor helado en Groenlandia y la Antártida era más reducido y que el nivel medio del mar se situaba entre 6 y 9 metros por encima del actual, con temperaturas marinas algo más cálidas. La coincidencia temporal del retroceso glaciar -detectado desde mediados del siglo XIX- con el aumento de gases de efecto invernadero es citado frecuentemente por los expertos glaciólogos como una prueba más de apoyo al calentamiento global.

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