La justicia, en algunos aspectos, asemeja más a un cable de funambulismo que al fiel de la balanza egipcia en donde se pesaban a la par el corazón del difunto, que representaba su alma en tránsito, y en el plato opuesto una pluma con la que se juzgaban sus obras. El corazón decrecía cada vez que sus fechorías eran contabilizadas por el tribunal, hasta equipararse y volatizar para que la pluma inclinase la balanza. Dentro de esta casuística jurídico-equilibrista-sexológica está el asunto "Monicagate" y las manchas de un vestido azul de su propiedad, que preservó como prueba definitiva para que la pluma no volase y fatigar la fama del presidente de los Estados Unidos de América, Clinton.
Es probable que la excusa de Julio Iglesias para no reconocer a su hijo expósito esté en una palabra clave que esgrimía Clinton ante el tribunal ad hoc refiriéndose al significado "no hay una relación sexual impropia". En ese caso se discutía el concepto "hay" cuando aquí se discute la negación "no". Es ahí donde está la esencia de dirimir entre el derecho natural, al que recurre el cantante por considerar injustas las formas de la concepción del niño, o la base positiva y científica del postulante que recurre a la ONU para que en ambos platos de la balanza se pesen el corazón del juglar, que se resiste a la reducción, y una pluma que pesa más de la cuenta, con un porcentaje entre marcadores padre-hijo próximo al cien por cien. Es un pulso entre el derecho natural y el positivo, y es que la paradoja se posa en el tejado del cantante que defiende como gato panza arriba su alma limpia, el corazón, cuando es el derecho positivo el que le da, hasta la fecha, la razón. La Sexología atribuye a este enigma una relación sexual impropia, de lo contrario no se entiende como un prolijo progenitor evite levantar a su enésimo retoño, aunque ya esté mayorcito, y es que la espalda del presunto padre no está para izar pesos.