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Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

La lógica del perdón

La obra Patria ha sido la primera cirugía literaria (léase bien, no documental) del desgarro de ETA en la sociedad vasca, y para remachar, la que ha logrado conectar a miles y miles de lectores con un fenómeno terrorista lleno de aristas, un auténtico campo de minas en el ámbito de la convivencia social. Su aportación determinante no ha sido otra que poner al descubierto la aguja y el hilo para suturar el sufrimiento de un pueblo. Sería demasiado apoteósico atribuirle a Patria y a su autor, Fernando Aramburu, el mérito de cerrar de una vez por todas la herida, pese a su inabarcable éxito. El fin de la armas fue un proceso político negociador al que aún le falta un relato. Pero estoy de acuerdo con los que ven en Patria la lógica del perdón, una absolución que quizás no se cumpla. Seguramente nunca. Sin embargo, el libro describe el impulso del verbo frente al tiro exterminador del hijo del vecino de toda la vida. Hay que hablar. Las muertes cosechadas por el terrorismo conforman un trauma, y la polémica por el cartel de Patria para una serie televisiva no es otra cosa que una nueva excavación en el shock. El márquetin de HBO no dispone de la sutileza necesaria para abordar el drama de País Vasco, aunque extensible a todos los españoles por la sangre inocente derramada. Tampoco es muy común esperar la cualidad de la contención de un tiburón de la producción audiovisual, enfebrecido por ganar dígitos en la guerra de audiencias. La difusión de un cartel que trata de ser salomónico -una imagen partida: a un lado la madre con una víctima, y al otro un terrorista que está siendo torturado- acaba siendo interpretado como ambiguo para disgusto, sobre todo, del colectivo de víctimas. Pero este rechazo, también señalado desde la prudencia por Fernando Aramburu, no deja de ser un elemento más en la travesía, no ya de la serie en sí, sino de la comprensión del propio terrorismo. Nadie en su sano juicio podría pensar que llevar Patria a una serie es un paseo por un sendero de rosas. Vendrán, o estarán a punto de llegar, más disgustos, entendibles cuando está por medio la muerte de un ser querido, o el recuerdo amargo del exilio. Pero lo importante, la gran hazaña, es que las armas han quedado atrás, que se está en otro estadio: con la palabra. Frente a la prontitud del contrario ante el señuelo de la cartelería, cabe resaltar para los acelerados la celosa vigilancia del escritor, empeñado en que no se manipule su visión literaria. Pero para la catarsis de la contemplación de la tragedia nunca existe seguridad absoluta, más bien lo opuesto.

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